miércoles, 23 de diciembre de 2009

Coplas - la contemplación




(San Juan de la Cruz)

Entréme donde no supe,
y quédeme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
De paz y de piedad
era la sciencia perfecta,
e
n profunda soledad
entendida vía recta,
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda sciencia trascendiendo.
Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendido,
toda sciencia trascendiendo.
El que allí llega de vero
de si mismo desfallesce;
cuanto sabía primero
mucho bajo le paresce,
y su sciencia tanto cresce,
que se queda no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía;
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer,
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Y es de tan alta excelencia
aqueste summo saber,
que no hay facultad ni sciencia
que le puedan emprender;
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.
Y si lo queréis oír,
consiste esta summa sciencia
en un subido sentir
de la divinal Esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda sciencia trascendiendo.

Fuente: Atrium.


domingo, 20 de diciembre de 2009

EL HESICASISMO ORTODOXO



A los padres del desierto remontan los primeros ejemplos de un método de oración que debía terminar en el hesicasmo, palabra que designa un estado completo de silencio, de soledad y de paz. Su centro de difusión fue primero el monte Sinaí, de donde emigró al monte Athos bajo la presión de las invasiones de los turcos. A partir del siglo IV, siguiendo el ejemplo de San Antonio, algunos anacoretas se retiraron a las ermitas de los desiertos de Egipto y Capadocia. Gozaron de un prestigio que se reflejó sobre las comunidades, de tal manera que el episcopado oriental fue siempre reclutado entre los monjes.

Evagrio el Póntico, discípulo de Macario y amigo de los padres capadocios, cumplió la función de iniciador. Heredero espiritual de Clemente y Orígenes, es el primer teórico de la oración pura, considerada como un diálogo entre el intelecto y Dios. Sus sucesores, Diadoco de Foticé y Juan Clímaco, efectuaron una síntesis cuyo rasgo esencial fue la oración de Jesús como recuerdo de su nombre. Pero mientras que esta oración permanente figura en la regla de San Basilio y es recomendada en la de San Casiano, la de San Benito, de la que el monacato occidental depende, no hace mención de ella. Sin duda, el fundador benedictino no consideraba la disciplina monástica sino como el comienzo de un camino que debía hallar su cumplimiento en el estado del anacoreta.

Mientras la invasión árabe separaba al Occidente de sus fuentes, el Oriente extendía los alcances de su método. Simeón el Nuevo Teólogo prescribió que la oración debía ser ininterrumpida como la respiración y el ritmo cardiaco. “En donde está el cuerpo, decía, debe estar el intelecto... El hesicasta es un ser corporal que se esfuerza por hacer descender la inteligencia al corazón”. Reside allí un modo poético de oración de la que hemos encontrado otros ejemplos, el nembutsu de los budistas, el dhikr de los sufíes, el japa de los yoguis, cuya eficacia se encuentra garantizada por las Leyes de Manú: “Un brahmán puede alcanzar la bienaventuranza por la sola invocación y ningún otro rito”. Esto tampoco lo ignora Occidente radicalmente y sus rasgos se hallan en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola que hablan de una “tercera oración por medio del ritmo”.

En la capital bizantina la oración pura encontró su base teológica en los escritos de Gregorio Palamas, que murió siendo obispo de Salónica en 1359. Lo que era hasta ese momento un método implicando además un rito reservado, llegó a ser una doctrina inseparable de una gnosis. Palamas había sido iniciado en la oración pura por Theolepto de Filadelfia (en Lidia), en un convento del monte Athos en el que durante 20 años llevó vida de cenobita. Al espiritualismo exclusivo de los platónicos, Palamas opuso la concepción bíblica por la que el cuerpo no es la prisión del alma, sino su tabernáculo, puesto que, después de la encarnación, él manifiesta al Espíritu Santo. El método hesicasta hace pasar esta conexión de la potencia al acto. El corazón es un lugar divino y el cuerpo debe orar al unísono con el corazón. Palamas rehabilitó al cuerpo como simultáneamente lo hacía en Occidente el esoterismo alquímico. “A cada uno según su ley y su norma. Al cuerpo la temperancia, al alma la caridad, a la razón la sobriedad y al espíritu la oración”.
Esta intrusión inmanente del espíritu en el cuerpo justifica y completa la teología negativa que Dionisio el Areopagita había fijado teóricamente en el siglo V. En tanto que éste no proponía un método para conciliar los textos contradictorios que consideraban a la divinidad en su doble aspecto inaccesible y comunicable, Palamas elucidó el problema en su diálogo Theófanes. Dios trascendente e incomunicable para la razón (en tanto que No-Ser) puede ser conocido por el corazón (en tanto que Ser) en sus operaciones, en sus energías, en sus modos, que Dionisio llama virtudes, Gregorio Nacianzeno impulsos y el tomismo gracia increada. Pero en tanto que en Occidente esta gracia es un accidente en el que cada uno participa sin saberlo, en Oriente es considerado como intrínseco a la naturaleza salvada. Gracia y libertad no aparecen más como opuestos y Gregorio de Nyssa ve en ellas las dos caras de una misma realidad, de una sinergia que enlaza las dos voluntades, la divina y la humana. Esto explica la serenidad, el desapego y la paz del verdadero hesicasta, que reúne los dos polos de toda espiritualidad, la interioridad y la trascendencia, la divinidad impersonal y el Dios personal, unión que explicita Evagrio el Póntico en una fórmula digna de la India: “La visión de Dios no se realiza sino con la visión del Sí-Mismo”. La oración del corazón está además subordinada a la preparación del cuerpo por el ayuno y la vigilia. “Es la vía estrecha, dice Palamas, porque se debe realizar sobre una base de virtudes que disponen para la unión”.

Todavía hoy esa oración alimenta a la espiritualidad oriental. En 1782 aparecía en Venecia, publicada bajo los cuidados del obispo de Corinto y de un monje del monte Athos, una colección de textos sobre la oración continuada sacada de los Padres Griegos, bajo el titulo de Philocalia (o Amor de la Belleza). Esta frase había servido a San Basilio para una antología de Orígenes, el gran platónico. Esparcida durante el siglo XIX por las ermitas de los starets rusos y traducida para el pueblo, la Philocalia mantiene hasta hoy una espiritualidad vivida entre los más humildes campesinos con el éxito que atestigua el famoso relato del Peregrino ruso.

Luc Benoist

domingo, 13 de diciembre de 2009

GRADO DE MARCA Y SU SIMBOLISMO


EL GRADO DE MAESTRO DE LA MARCA

El origen del Grado de la Marca esta velado en la oscuridad, como todos los grados masónicos, pero al igual que los demás, surgió a la existencia a principios del periodo de la Francmasonería especulativa.

Era costumbre de los Masones operativos escogerse una Marca que ponian en todas las piezas de obra que labraban. Esto tenia por objeto comprobar el trabajo de cada obrero por medio de los Sobrestantes, y facilitar el pago de salarios. Cada Marca era distintiva, y la , misma Marca frecuentemente pasaba de padre a hijo a traves de varias generaciones.
Pueden verse aun hoy estas marcas en las piedras de las viejas catedrales de Europa. Se han reproducido copias facsimilares en todas las historias masónicas. En Escocia, el Masón operativo tenia que registrar su Marca de conformidad con los Estatutos de Shaw, emitidos en 1598. De este requisito de registro de la Marca evoluciono evidentemente el Grado de la Marca.

La mas antigua instancia que se haya registrado de la colación del Grado de la Marca en Escocia, Ileva la fecha de 7 de enero de 1778. No obstante, ello no prueba que no se hubiese conferido mucho antes. Estos registros contienen también el dato de que el Grado de la Marca no podía conferir a nadie que no hubiese recibido los grados de Compañero y Maestro. Un informe rendido a la Gran Logia de Maestros Masones de la Marca de Inglaterra reza: "Probablemente no haya ningunos grados en la Francmasonería que puedan exhibir títulos de mayor antigüedad que los de hombre de Marca o masón de Marca y Maestro Masón de Marca".

El grado se confirió en Nueva Escocia en 1784; en Connecticut en 1791; en Nueva York en 1791, y en Boston en 1793. Como el Real Arco, el Grado de la Marca se confería originalmente en la logia. En los Estados Unidos, el Gran Capitulo General de Masones del Real Arco expidió cartas-patente de Logias de la Marca hasta 1853, cuando esto se prohibió y el grado paso a depender del Capitulo. En Inglaterra, el grado esta bajo el control de la Gran Logia de Masones de la Marca; en Canadá y en Escocia el control se ejerce como en Estados Unidos.

La Masonería de Marca en España


Integrado por 21 Logias de Maestros Masones de Marca y 12 Logias de Nautas del Arca Real, el Distrito de España de la Gran Logia de Maestros Masones de Marca de Inglaterra, Gales y sus Logias y Distritos de Ultramar, es una de las principales Obediencias Masónicas presentes en el panorama masónico español.

Está compuesta por Maestros Masones Regulares, y es una de las opciones a las que el maestro masón puede optar como desarrollo de su formación y participación en la Orden.

Con más de 150 años de existencia, este grado "colateral" del sistema masónico inglés centra su simbolismo en el lado más operativo de la construcción. El Maestro Masón debe realizar una obra con la cual obtiene su salario y recompensa. Previamente, el candidato al "adelanto" debe escoger su marca, única en el registro de su Logia, que utilizará para que su trabajo sea reconocido.

La leyenda del grado se sitúa a continuación de la desaparición del Maestro Hiram, siendo las obras dirigidas por su sucesor Adoniram. Para muchos masones, la Masonería de Marca permite entender mejor el Segundo Grado así como comprender muchas de las referencias hirámicas de la masonería "azul" que se hayan en los rituales de los tres primeros grados.

Otra peculiaridad de esta Orden son los llamados "token" o fichas, que sirven para que los obreros reciban su paga por las obras realizadas, siendo el Primer Vigilante el encargado de esta función. Las Logias suelen contar con tokens con su diseño personalizado.










LA PIEDRA ANGULAR

JEAN PALOU

La tradición cristiana, de la que la francmasonería es una de las formas (esotéricas) más esenciales, adjudica mucha importancia a la piedra angular y a su simbolismo. Lo esencial de esta tradición reposa en la frase siguiente: "La piedra rechazada por aquellos que construían se ha convertido en la piedra principal del ángulo". San Bernardo, hablando de la construcción del templo cristiano y de la sacralización (construcción y sacralización realmente efectuadas por los francmasones constructores de iglesias, detentores del secreto técnico y el secreto iniciático) exclamaba:

"Es necesario que se cumplan en nosotros en forma espiritual los ritos de que
materialmente han sido objeto esas murallas. Lo que los obispos han hecho en este
edificio visible, es lo que Jesucristo, el pontífice de los bienes futuros,
realiza cada día en nosotros de manera invisible... Nosotros entraremos en la
morada que la mano del hombre no ha elevado, en la eterna morada de los cielos.
Ella se construye con piedras vivas, que son los ángeles y los hombres... Las
piedras de este edificio están adheridas y unidas por cemento doble, el
conocimiento perfecto y el amor perfecto".

El simbolismo de la piedra angular es uno de los más difíciles para estudiar porque, voluntariamente o no, los autores lo confunden con el de la piedra fundamental, a causa del célebre Evangelio según San Mateo:

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra yo edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".


Se sigue de esto, sobre el plano cristiano, una confusión bastante molesta entre Pedro y Cristo, que es la piedra angular y no la piedra de la fundación del edificio. Jean Hani, en su interesante pero apresurado libro sobre "Le Symbolisme du Temple Chrétien", ha caído en esta confusión como muchos otros autores. Escribe en efecto:

"Todo el ciclo cristiano se desarrolla en tres actos.


Primer acto: Cristo viene a la tierra a colocar la "primera piedra" o piedra de fundación que, en resumen, es Él mismo.


Segundo acto: el edificio será terminado por la colocación de la verdadera piedra angular o clave de bóveda. Entonces todo el edificio sufrirá la transmutación gloriosa: las piedras se tornarán preciosas y resplandecientes, penetradas por la irradiación del oro divino que es su sustancia interior, y la ciudad celeste aparecerá en todo su esplendor...". Jean Hani, en su lirismo un tanto "sentimental", simplemente ha olvidado el texto tan importante de San Pablo:


"Sois un edificio construido sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Jesucristo mismo la principal piedra del ángulo (sumo angulari lapide) en que todo edificio construido y ligado en todas sus partes se eleva como un templo consagrado al Señor, por quien vosotros habéis entrado en su estructura para ser la morada de Dios en el Espíritu".

Se tendrá una excelente representación figurativa de lo que es realmente la "piedra angular" refiriéndose al manuscrito de Munich titulado "Speculum humanae Salvationis", donde se puede advertir a "dos masones que sostienen una cuchara en una mano y en la otra levantan la piedra que ellos se aprestan a colocar en la cima de un edificio (aparentemente la torre de una iglesia que esta piedra debe completar).

Hay que observar, a propósito de esta figura, que la piedra de que se trata, en tanto que clave de bóveda, o en toda otra función similar según la estructura del edificio que ella está destinada a "coronar", no puede, por su forma misma, ser colocada sino en lo alto (sin lo cual, por lo demás, es evidente que ella podría caer en el interior del edificio); así pues, ella representa de alguna manera la "piedra descendida del cielo", expresión que se aplica exactamente al escrito, y que recuerda también la piedra del Grial (Lapsit exillis de Wolfram d'Ejschenbach, que puede interpretarse como Lapis ex caelis)... esta misma ilustración muestra la piedra bajo el aspecto de un objeto en forma de diamante, lo que la aproxima aún a la piedra del Grial, puesto que ésta es igualmente descrita como tallada en facetas".


René Guénon ha observado con justicia que la "piedra angular", "tomada en su verdadero sentido de piedra "de la cima", es designada, a la vez, en inglés como keystone, como capstone (que se halla también escrita capestone) y como copestone (o copingstone)". Capstone deriva, en efecto, del latín caput (cabeza), "lo que nos lleva a la designación de esta piedra como la "cabeza del ángulo"; es la piedra que "remata" o "corona" un edificio; es también un capitel, que es asimismo el "coronamiento" de una columna".


Terminamos de hablar de "acabamiento", y las dos palabras cap y chef son, en verdad, etimológicamente idénticas; capstone es, pues, la cabeza (chef) de un edificio o de la "obra", y en razón de su forma especial que requiere para tallarla conocimientos o aptitudes particulares, ella es también, al mismo tiempo, un chef d'oeuvre (obra maestra) en el sentido que la expresión tenía para los compañeros; "es la pieza por la cual el edificio queda completamente terminado, o, en otros términos, es llevado por fin a su perfección".


A la luz de lo que acabamos de informar, nos parece oportuno colocar ante los ojos de nuestros lectores lo que escribió en 1723 Anderson: "Finalmente, vosotros deberéis observar todas estas obligaciones, y también aquellas que os serán comunicadas de otra manera; cultivar el amor fraternal, el fundamento y la clave de arco, la base y la gloria de esta antigua confraternidad...", lo que denota en él un conocimiento más profundo del esoterismo masónico que el que a menudo se pretende atribuirle.


La clave de bóveda, la piedra angular, se adorna, en Notre-Dame del Fuerte en Etampes (Seine-et- Oise), con la imagen de los Cuatro Coronados, lo que subraya aún los vínculos existentes entre los francmasones iniciados y la tradición cristiana. A veces, la piedra angular no existe. Entonces, por encima del crucero se halla el occulum (el ojo de Dios), el orificio por donde la iglesia recibe la luz y cuya equivalencia se encuentra en la atalaya de los barcos, en la construcción de la cual se exigían ritos de consagración semejantes a los utilizados para la consagración de las iglesias.
En las logias masónicas, el occulum, clave de bóveda del templo a construir, está simbolizado por la plomada, instrumento de los hombres de oficio, que pende del techo y en medio del taller. Es decir, que la piedra angular es uno de los símbolos más interesantes tanto de la masonería operativa como de la masonería especulativa; aun sería necesario establecer la distinción primordial existente entre el "carré long" (cuadrado largo), representación de la logia, y la clave de bóveda o el occulum, circular, que simboliza la tierra y el cielo, lo que corresponde a dos estados iniciáticos diferentes: los de la Square Masonry (masonería del cuadrado) y la Arch Masonry (masonería de la bóveda) "que por sus relaciones respectivas con la tierra y el cielo o con las partes del edificio que las representan (la forma cuadrada, parte inferior del templo, y la bóveda o semiesfera) aparecen aquí en relación con los "pequeños misterios" y los "grandes misterios".


Ella prueba con evidencia que la masonería azul (o de los tres primeros grados) equivale a la iniciación basada sobre el oficio de constructor, mientras que la masonería llamada de los altos grados, prolongación obligatoria de aquella, desemboca en una iniciación de orden diferente y más profundo, pero que no podría realizarse sin la pertenencia a los tres primeros grados masónicos.


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RENE GUENÓN: LA “PIEDRA ANGULAR”

El simbolismo de la “piedra angular”, en la tradición cristiana, se basa en este texto: “Piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra de ángulo”, o, más exactamente, “en cabeza de ángulo” (caput anguli)2. Lo extraño es que este simbolismo casi siempre se comprende mal, a consecuencia de una confusión que se hace comunmente entre esa “piedra angular” y la “piedra fundamental”, a la cual se refiere este otro texto, más conocido aún: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”3. Tal confusión es extraña, decimos, pues desde el punto de vista específicamente cristiano equivale de hecho a confundir a San Pedro con Cristo mismo, ya que éste es el expresamente designado como la “piedra angular”, según lo muestra este pasaje de San Pablo, el cual, además, la distingue netamente de los “fundamentos” del edificio: “(sois) edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra angular (summo angulare lapide) el mismo Cristo Jesús, en la cual todo el edificio, armónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor, en el cual también vosotros sois juntamente edificados (coaedificamini) para ser morada de Dios en el
Espíritu”4. Si la confusión a que nos referimos fuese específicamente moderna no cabría sin duda extrañarse en demasía, pero parece encontrársela ya en tiempos en que no es posible atribuirla pura y simplemente a ignorancia del símbolismo; nos vemos, pues, llevados a preguntarnos si en realidad no se trataría más bien, en el origen, de una
“sustitución” intencional, explicable por el papel de San Pedro como “sustituto” o “vicario” de Cristo (vicarius, correspondiente en este sentido al árabe jalîfah); de ser así, esa manera de “velar” el simbolismo de la “piedra angular” parecería indicar que se lo consideraba contener algo de particularmente misterioso, y se verá en seguida que tal suposición está lejos de ser injustificada5. Como quiera que fuere, hay en esa identificación de las dos piedras, inclusive desde el punto de vista de la simple lógica, una imposibilidad que aparece claramente desde que se examinan con un poco de atención los textos que hemos citado: la “piedra fundamental” es aquella que se pone
primero, al comienzo mismo de la construcción de un edificio (y por eso se la llama también “primera piedra”)6; ¿cómo, pues, podría ser rechazada durante la misma construcción? Para que sea así, es preciso, al contrario, que la “piedra angular” sea tal que no pueda encontrar aún su ubicación; en efecto, según veremos, no puede encontrarla sino en el momento de acabarse el edificio íntegro, y así se convierte realmente en “cabeza de ángulo”.
En un artículo que ya hemos señalado7, Ananda Coomaraswamy destaca que la intención del texto de San Pablo es evidentemente representar a Cristo como el único principio del cual depende todo el edificio de la Iglesia, y agrega que “el principio de una cosa no es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes, sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin composición”. La “piedra fundamental” (foundation-stone) puede ser llamada adecuadamente, en cierto sentido, una “piedra de ángulo” (corner-stone), según se lo hace habitualmente, puesto que está situada en un ángulo o en una esquina (corner) del edificio8; pero no es única como tal, pues el edificio tiene necesariamente cuatro ángulos; y, aun si se quiere hablar más particularmente de la “primera piedra”, ésta no difiere en nada de las piedras de base de los demás ángulos, salvo por su situación9, y no se distingue ni por su función ni por su forma, puesto que no es, en suma, sino uno de cuatro soportes iguales entre sí; podría decirse que una cualquiera de las cuatro corner-stones “refleja” en cierto modo el principio dominante del edificio, pero no podría de ninguna manera ser considerada este principio mismo10. Por otra parte, si realmente de esto se tratara, ni siquiera podría hablarse lógicamente de “la piedra angular”, pues, de hecho, habría cuatro; aquélla, pues, debe ser algo esencialmente diferente de la corner-stone entendida en el sentido corriente de “piedra fundamental”, y ambas tienen en común solamente el carácter de pertenecer al mismo simbolismo “¿constructivo”.
Acabamos de aludir a la forma de la “piedra angular”, y es éste, en efecto, un punto particularmente importante: precisamente porque esta piedra tiene una forma especial y única, que la diferencia de todas las demás, no solo no puede encontrar su lugar en el curso de la construcción, sino que inclusive los constructores no pueden comprender cuál es su destino; si lo comprendieran, es evidente que no la rechazarían y se contentarían con reservarla hasta el final; pero se preguntan “lo que harán con la piedra”, y, al no dar con respuesta satisfactoria, deciden, creyéndola inutilizable, “arrojarla entre los escombros” (to heave it over among the rubbish)11. El destino de esa piedra no puede ser comprendido sino por otra categoría de constructores, que en ese estadio no intervienen aún: son los que han pasado “de la escuadra al compás” y, por esta distinción, ha de entenderse, naturalmente, la de las formas geométricas que esos instrumentos sirven respectivamente para trazar, es decir, la forma cuadrada y la circular, que de manera general simbolizan, como es sabido, la tierra y el cielo; aquí, la forma cuadrada corresponde a la parte inferior del edificio, y la forma circular a su parte superior, la cual, en este caso, debe estar constituida, pues, por un domo o una bóveda12.
En efecto, la “piedra angular” es real y verdaderamente una “clave de bóveda” (keystone); A. Coomaraswamy dice que, para dar la verdadera significación de la expresión “se ha convertido en la cabeza del ángulo” (is become the head of the corner), podría traducírsela por is become the keystone of the arch, lo cual es perfectamente exacto; y así esa piedra, por su forma tanto como por su posición, es en efecto única en todo el edificio, como debe serlo para poder simbolizar el principio del que depende todo. Quizá cause asombro que esta representación del principio no se sitúe en la construcción sino en último lugar; pero puede decirse que la construcción en conjunto está ordenada con relación a ella (lo que San Pablo expresa diciendo que “en ella todo el edificio se alza hasta ser templo santo en el Señor”), y en ella encuentra finalmente su unidad; hay aquí también una aplicación de la analogía, ya explicada por nosotros en otras oportunidades, entre el “pri mero” y el “último” o el “principio” y el “fin”: la construcción representa la manifestación, en la cual el Principio no aparece sino como cumplimiento último; y precisamente en virtud de la misma analogía la “primera piedra” o “piedra fundamental” puede considerarse como un “reflejo” de la “última
piedra”, que es la verdadera “piedra angular”.
El equívoco implicado en una expresión tal como corner-stone reposa en definitiva en los diferentes sentidos posibles del término “ángulo”; Coomaraswamy señala que, en diversas lenguas, las palabras que significan ‘ángulo’ están a menudo en relación con otras que significan ‘cabeza’ y ‘extremidad’: en griego, kephalè, ‘cabeza’ o, en arquitectura, ‘capitel’ (capitulum, diminutivo de caput), no puede aplicarse sino a una sumidad; pero ákros (sánscrito agra) puede indicar una extremidad en cualquier dimensión, es decir, en el caso de un edificio, tanto la sumidad a la cual designa, es verdad, más habitualmente, como cualquiera de los cuatro ángulos o esquinas (la palabra correspondiente en francés, coin, está etimológicamente emparentada con el griego gônía, ‘ángulo’ [mientras que “esquina” procede del árabe rukn, ‘ángulo’]). Pero todavía más importante, desde el punto de vista de los textos concernientes a la “piedra angular” en la tradición judeocristiana, es la consideración de la palabra hebrea que significa ‘ángulo’: esa palabra es pinnáh, y se la encuentra en las expresiones eben pinnáh, ‘piedra angular’, y ro’sh pinnáh, ‘cabeza de ángulo’; y resulta particularmente notable que, en sentido figurado, la misma palabra se emplea para significar ‘jefe’: una expresión que designa a los ‘jefes del pueblo’ (pinnôt ha-’am) está literalmente traducida en la Vulgata por anguli populorum13. Un ‘jefe’ o ‘caudillo’ es etimológicamente el ‘cabeza’ (caput), y pinnáh se relaciona, por su raíz, con penè, que significa ‘faz’; la relación estrecha entre las ideas de “cabeza” y de “faz” es evidente, y, además, el término “faz” pertenece a un simbolismo de muy general difusión, que merecería examinarse aparte14. Otra idea conexa es también la de “punta” (que se encuentra en el sánscrito agra, el griego ákros, el latín acer y acies); ya hemos hablado del simbolismo de las puntas con motivo del de las armas y los cuernos15, y hemos visto que se refiere a la idea de extremidad, pero más en particular en lo que concierne a la extremidad superior, es decir, al punto más elevado o sumidad; todas estas vinculaciones no hacen, pues, sino confirmar lo que hemos dicho sobre la situación de la “piedra angular” en la sumidad del edificio: aun si hay otras “piedras angulares” en el sentido más general de esta expresión16, solo aquélla es en realidad “la piedra angular” por excelencia.
Encontramos otras indicaciones interesantes en las significaciones de la palabra árabe rukn, ‘ángulo’, ‘esquina’; esa palabra, como designa las extremidades de una cosa, es decir, sus partes más retiradas y, por consiguiente, más escondidas (recondita et abscondita, podría decirse en latín), toma a veces un sentido de ‘secreto’ o ‘misterio’; y, a este respecto, su plural arkàn es de vincular con el latín arcanum, que tiene igualmente el mismo sentido, y con el cual presenta una similitud notable; por lo demás, en el lenguaje de los hermetistas por lo menos, el empleo del término “arcano” ha sido influido ciertamente de modo directo por esa palabra árabe17. Además, rukn significa también ‘base’ o ‘fundamento’, lo que nos reconduce a la corner-stone entendida como la “piedra fundamental”; en la terminología alquímica, el-arkàn, cuando esta designación se emplea sin precisar más, son los cuatro elementos, es decir, las “bases” sustanciales de nuestro mundo, asimilados así a las piedras de base de los cuatro ángulos de un edificio, pues sobre ellos se construye en cierto modo todo el mundo corpóreo (representado también por la forma cuadrada)18; y por aquí llegamos también directamente al simbolismo que ahora nos ocupa. En efecto, no hay solamente esos cuatro arkàn o elementos “básicos”, sino además un quinto rukn, el quinto elemento o “quintaesencia” (es decir el éter, el-athîr); éste no está en el mismo “plano” que los otros, pues no es simplemente una base, como ellos, sino el principio mismo de este mundo19; será representado, pues, por el quinto “ángulo” del edificio, que es su sumidad; y a este “quinto”, que es en realidad el “primero”, conviene, propiamente la designación de ángulo supremo, de ángulo por excelencia o “ángulo de los ángulos” (rukn el-arkàn), puesto que en él la multiplicidael de los demás ángulos se reduce a la unidad20. Puede observarse aún que la figura geométrica obtenida reuniendo esos cinco ángulos es la de una pirámide de base cuadrangular: las aristas laterales de la pirámide emanan de su vértice como otros tantos rayos, así como los cuatro elementos ordinarios, que están representados por los extremos inferiores de esas aristas, proceden del quinto y son producidos por él; y también en el sentido de las aristas, que intencionalmente hemos asimilado a rayos por esta razón (y también en virtud del carácter “solar” del punto de que parten, según lo que hemos dicho respecto del “ojo” del domo), la “piedra angular” de la sumidad se “refleja” en cada una de las “piedras fundamentales” de los cuatro ángulos de la base. Por último, en lo que acabamos de decir está la indicación bien neta de una correlación entre el simbolismo alquímico y el simbolismo arquitectónico, lo que se explica por su común carácter “cosmológico”, es también éste un punto importante, sobre el cual hemos de volver con motivo de otras relaciones del mismo orden.
La “piedra angular”, tomada en su verdadero sentido de piedra “cimera”, se designa en inglés a la vez como keystone, como capstone (que a veces se encuentra escrito también capestone), y como copestone (o copingstone); el primero de estos términos es fácilmente comprensible, pues constituye el exacto equivalente de nuestra “clave de bóveda” (o “de arco”, pues la palabra puede aplicarse en realidad a la piedra que forma la sumidad de una arcada tanto como la de una bóveda); pero los otros dos exigen algo más de explicación. En capstone, la palabra cap es evidentemente el latín caput, ‘cabeza’, lo que nos reconduce a la designación de esa piedra como la “cabeza del ángulo”; es, propiamente, la piedra que “acaba” o “corona” un edificio; y es también un capitel, el cual es, igualmente, el “coronamiento” de una columna21. Acabamos de hablar de “acabamiento”, y, emparentadas con ésta, las palabras “cap” y “cabeza” o “cabecera” son, en efecto, etimológicamente idénticas22; la capstone es, pues, la “cabeza” o “cabecera” de la “obra”, y, en razón de su forma especial, que requiere, para tallarla, conocimientos o capacidades particulares, es también a la vez una “obra capital” u “obra maestra” (chef-d’oeuvre), en el sentido que tiene esta expresión en el Compagnonnage23; por ella el edificio queda completamente terminado, o, en otros términos, es finalmente llevado a su “perfección”24.
En cuanto al término copestone, la palabra cope expresa la idea de ‘cubrir’; esto se explica, no solo porque la parte superior del edificio es propiamente su “cobertura”, sino también, y diríamos sobre todo, porque esa piedra se coloca de modo de cubrir la abertura de la sumidad, es decir, el “ojo” del domo o de la bóveda, del cual hemos hablado anteriormente25. Es, pues, en suma, a este respecto, el equivalente de un roof plate, según lo señala Coomaraswamy, quien agrega que esa piedra puede considerarse como la terminación superior o el capitel del “pilar axial” (en sánscrito skambha, en griego staurós)26; ese pilar, como lo hemos ya explicado, puede no estar representado materialmente en la estructura del edificio, pero no por eso deja de ser su parte esencial, en torno de la cual se ordena todo el conjunto. El carácter cimero del “pilar axial”, presente de modo solamente “ideal”, está indicado de modo particularmente notable en los casos en que la “clave de bóveda” desciende en forma de “pechina” hacia el interior del edificio, sin estar visiblemente sostenida por nada en su parte inferior27; toda la construcción tiene su principio en este pilar, y todas sus diversas partes vienen finalmente a unificarse en su “cima”, que es la sumidad de este mismo pilar y la “clave de bóveda” o la “cabeza del ángulo”28.
La interpretación real de la “piedra angular” como “piedra cimera” parece haber sido de conocimiento bastante general en el Medioevo, según lo muestra notablemente una ilustración del Speculum Humanae Salvationis que reproducimos aquí (fig. 14 )29; este libro estaba muy difundido, pues existen aún varios centenares de manuscritos; se ve en la ilustración a dos albañiles que tienen en una mano una espátula y sostienen con la otra la piedra que se disponen a colocar en la cima de un edificio (al parecer, la torre de una iglesia, cuya sumidad debe ser completada por esa piedra), lo que no deja duda alguna en cuanto a su significación. Cabe señalar, con respecto a esta figura, que la piedra de que se trata, en cuanto “clave de bóveda” o en cualquier otra función semejante, según la estructura del edificio al cual está destinada a “coronar”, no puede por su forma misma colocarse sino por encima (sin lo cual, por lo demás, es evidente que podría caer en el interior del edificio); así, representa en cierto modo la “piedra descendida del cielo”, expresión perfectamente aplicable a Cristo30, que recuerda también la piedra del Graal (el lapsit exillis de Wolfram von Eschenbach, que puede interpretarse como lapis ex caelis)31. Además, hay aún otro punto importante que señalar: Erwin Panofski ha destacado que esa misma ilustración muestra la piedra con el aspecto de un objeto en forma de diamante (lo que la vincula también con la piedra del Graal, ya que ésta se describe igualmente como facetada); esta cuestión merece mas minucioso examen, pues, aunque tal representación esté lejos de constituir el caso más general, se vincula con aspectos del complejo simbolismo de la “piedra angular” distintos de los que hasta ahora hemos estudiado, y no menos interesantes para destacar sus vínculos con el conjunto del simbolismo tradicional.
Empero, antes de llegar a ello, nos falta elucidar una cuestión accesoria: acabamos de decir que la “piedra cimera” puede no ser una “clave de bóveda” en todos los casos, y, en efecto, no lo es sino en una construcción cuya parte superior es en forma de cúpula; en cualquier otro caso, por ejemplo el de un edificio coronado por un techo en punta o en forma de tienda, no deja de haber una “última piedra” que, colocada en la sumidad, desempeña a este respecto el mismo papel que la “clave de bóveda” y, por consiguiente, corresponde también a ésta desde el punto de vista simbólico, sin que empero sea posible designarla con ese nombre; lo mismo ha de decirse del caso especial del pyramídion, al cual hemos aludido ya en otra ocasión. Debe quedar bien claro que, en el simbolismo de los constructores medievales, que se apoya en la tradición judeocristiana y se vincula con la construcción del Templo de Salomón como su prototipo32, consta, en lo que concierne a la “piedra angular”, que es una “clave de bóveda”; y, si la forma exacta del Templo de Salomón ha podido dar lugar a discusiones desde el punto de vista histórico, es seguro, en todo caso, que esa forma no era la de una pirámide; son éstos hechos que hay que tener necesariamente en cuenta en la interpretación de los textos bíblicos referentes a la “piedra angular”33. El pyramídion, es decir, la piedra que forma la punta superior de la pirámide, no es en modo alguno una “clave de bóveda”; no por eso deja de ser el “coronamiento” del edificio, y cabe señalar que reproduce su forma íntegra en modo reducido, como si todo el conjunto de la estructura estuviera así sintetizado en esa piedra única; la expresión “cabeza de ángulo”, en sentido literal, le conviene perfectamente, así como el sentido figurado del nombre hebreo del “ángulo” para designar el “jefe” o “cabeza”, tanto más cuanto que la pirámide, partiendo de la multiplicidad de la base para culminar gradualmente en la unidad de la cúspide, se toma a menudo como el símbolo de una jerarquía. Por otra parte, según lo que hemos explicado anteriormente acerca del vértice y los cuatro ángulos de la base en conexión con el significado de la palabra árabe rukn, podría decirse que la forma de la pirámide está contenida implícitamente en toda estructura arquitectónica; el simbolismo “solar” de esta forma, que hemos indicado en esa oportunidad, se encuentra aún más particularmente expresado en el pyramídion, como lo muestran diversas descripciones arqueológicas citadas por Coomaraswamy: el punto central o el vértice corresponde al sol mismo, y las cuatro caras (cada una comprendida entre dos “rayos” extremos que delimitan el dominio representado por ella) corresponden a otros tantos aspectos
secundarios del mismo sol, en relación con los cuatro puntos cardinales, hacia los cuales las cuatro caras se orientan respectivamente. Pese a todo ello, no es menos verdad que el pyramídion constituye solamente un caso particular de “piedra angular” y no la representa sino en una forma tradicional especial, la de los antiguos egipcios; para responder al simbolismo judeocristiano de dicha piedra, que pertenece a otra forma tradicional sin duda alguna muy distinta de aquélla, le falta un carácter esencial, que es el de ser una “clave de bóveda”.
Dicho esto, podemos volver a la figuración de la “piedra angular” en forma de diamante: A. Coomaraswamy, en el artículo a que nos hemos referido, parte de una observación que se ha hecho con respecto al término alemán Eckstein, el cual, precisamente, significa a la vez ‘piedra angular’ y ‘diamante’34; y recuerda a este respecto las significaciones simbólicas del vajra, que hemos considerado ya en diversas. oportunidades: de modo general, la piedra o el metal considerado más duro y brillante ha sido tomado, en diferentes tradiciones, como “símbolo de indestructibilidad, invulnerabilidad, estabilidad, luz e inmortalidad”; y, en particular, estas cualidades se atribuyen muy a menudo al diamante. La idea de “indestructibilidad” o de “indivisibilidad” (una y otra estrechamente vinculadas, y expresadas en sánscrito por la misma palabra, ákshara) convienen evidentemente a la piedra que representa el principio único del edificio (pues la unidad verdadera es esencialmente indivisible); la de “estabilidad”, que, en el orden arquitectónico, se aplica propiamente a un pilar, conviene por igual a esa misma piedra considerada como el capitel del “pilar axial”, que a su vez simboliza el “Eje del Mundo”; y éste, al cual Platón, particularmente, describe como un “eje de diamante”, es también, por otra parte, un “pilar de luz” (como símbolo de Agni y como “rayo solar”); con mayor razón, esta última cualidad se aplica (“eminentemente”, podría decirse) a su “coronamiento”, que representa la fuente misma de la cual emana en cuanto rayo luminoso35. En el simbolismo hindú y búdico, todo cuanto tiene una significación “central” o “axial” está generalmente asimilado al diamante (por ejemplo, en expresiones como vajràsana, ‘trono de diamante’); y es fácil advertir que todas esas asociaciones forman parte de una tradición que puede llamarse verdaderamente universal.
Hay más aún: el diamante se considera como la “piedra preciosa” por excelencia; y esta “piedra preciosa” es también, como tal, un símbolo de Cristo, que se encuentra aquí identificado a su otro símbolo, la “piedra angular”; o, si se prefiere, ambos símbolos están así reunidos en uno. Podría decirse entonces que esa piedra, en cuanto representa un “acabamiento” o un “cumplimiento”36, es, en el lenguaje de la tradición hindú, un chintàmani, lo que equivale a la expresión alquímica de Occidente “piedra filosofal”37; y es muy significativo a este respecto que los hermetistas cristianos hablen a menudo de Cristo como la verdadera “piedra filosofal”, no menos que como la “piedra angular”38.

Nos vemos reconducidos así a lo que decíamos anteriormente, con motivo de los dos sentidos en que puede entenderse la expresión árabe rukn el-arkàn, sobre la correspondencia existente entre el simbolismo arquitectónico y el alquímico; y, para terminar con una observación de alcance muy general este estudio ya largo, pero sin duda aún incompleto, pues el tema es de aquellos que son casi inagotables, podemos agregar que dicha correspondencia no es, en el fondo, sino un caso particular de la que existe análogamente, aunque de un modo quizá no siempre tan manifiesto, entre todas las ciencias y todas las artes tradicionales, pues en realidad todas ellas son otras tantas expresiones y aplicaciones diversas de las mismas verdades de orden principial y universal.

1 [Publicado en É. T., abril-mayo de 1940].
2 Salmo CVIII, 22; San Mateo, XXI, 42; San Marcos, XII, 10; San Lucas, XX, 17.
3 San Mateo, XVI, 18.
4 Efesios, 11, 20-22.
5 La “sustitución” pudo haber sido favorecida también, por la similitud fónica existente entre el
nombre hebreo [arameo] Kêfáh, ‘piedra’, y la palabra griega kephalê, ‘cabeza’; pero no hay entre ambos
vocablos otra relación, y el fundamento de un edificio no puede identificarse, evidentemente, con su
“cabeza”, es decir, con su sumidad, lo que equivaldría a invertir el edificio íntegro; por otra parte, cabría preguntarse también si esa “inversión” no tiene alguna correspondencia simbólica con la crucifixión de
san Pedro, cabeza abajo.
6 Esta piedra debe situarse en el ángulo nordeste del edificio; notaremos a este propósito que cabe distinguir, en el simbolismo de san Pedro, varios aspectos o funciones a las cuales corresponden “situaciones” diferentes, pues, por otra parte, en cuanto ianitor [‘portero’], su lugar está en occidente, donde se encuentra la entrada de toda iglesia normalmente orientada; además, San Pedro y San Pablo están también representados como las dos “columnas” de la Iglesia, y entonces se los figura habitualmente al uno con las llaves y al otro con la espada, en la actitud de dos dvârapâla [vaksha o ‘genios’ que guardan el umbral de ciertas puertas sagradas, en el hinduismo].
7 “Eckstein”, en la revista Speculum, número de enero de 1939 (reseña de R. Guénon en É. T., mayo
de 1939].
8 En este estudio nos veremos obligados a referirnos a menudo a los términos “técnicos” ingleses,
porque, pertenecientes primitivamente al lenguaje de la antigua masonería operativa, han sido
conservados en su mayoría en los rituales de la Royal Arch Masonry y de los grados accesorios
vinculados con ella, rituales de los que no existe equivalente en nuestra lengua; y se verá que algunos de
esos términos son de traducción muy difícil.
9 Según el ritual operativo, esta “primera piedra” es, según lo hemos dicho, la del ángulo nordeste; las
piedras de los demás ángulos se colocan posterior y sucesivamente según el sentido del curso aparente del
sol, es decir, en el sudeste, sudoeste, noroeste.
10 Esta “reflexión” está evidentemente relacionada de modo directo con la sustitución mencionada
antes.
11 La expresión “to heave over” es bastante singular, y al parecer inusitada en ese sentido en inglés
moderno; parecería poder significar ‘levantar’ o ‘elevar’, pero, según el resto de la frase citada, es claro
que en realidad se aplica aquí al acto de “arrojar” la piedra rechazada.
12 Esta distinción es, en otros términos, la de la Square Masonry y la Arch Masonry, que, por sus
respectivas relaciones con la “tierra” y el “cielo”, o con las partes del edificio que las representan, están
puestas aquí en correspondencia con los “pequeños misterios” y los “grandes misterios” respectivamente.
[Véase cap. XXXIX, notas 4 y 5 (N. del T.)].
13 I Samuel, XIV, 38; la versión griega de los Setenta emplea igualmente aquí la palabra gônia.
14 Cf. A. M. Hocart, Les Castes, pp. 151-54, acerca de la expresión “faces de la tierra” empleada en
las islas Fiji para designar a los jefes. La palabra griega Kárai servía, en los primeros siglos del cristianismo, para designar las cinco “faces” o “caras” o “cabezas” de la Iglesia, es decir, los cinco patriarcados principales, cuyas iniciales reunidas formaban precisamente esa palabra: Constantinopla, Alejandría, Roma, Antioquía, Jerusalén [ = Ierousalêm].
15 Cabe advertir que la palabra inglesa corner es evidentemente un derivado de corne [francés,
‘cuerno’].
16 En este sentido, las cuatro piedras angulares no existen solamente en la base, sino también en un
nivel cualquiera de la construcción; y esas piedras son todas de la misma forma común, rectilínea y
rectangular (es decir, talladas on the square, pues la palabra square tiene la doble significación de
‘escuadra’ y ‘cuadrado’), contrariamente a lo que ocurre en el caso único de la keystone.
17 Podría resultar de interés investigar si puede existir un parentesco etimológico real entre la palabra
árabe y la latina, incluso en el uso antiguo de esta última (por ejemplo, en la disciplina arcani de los
cristianos de los primeros tiempos), o si se trata solo de una “convergencia” producida solo ulteriormente,
entre los hermetistas medievales.
18 Esta asimilación de los elementos a los cuatro ángulos de un cuadrado está también en relación,
naturalmente, con la correspondencia que existe entre esos elementos y los puntos cardinales.
19 Estaría en el mismo plano (en su punto central) si este plano se tomara como representación de un
estado de existencia íntegro; pero no siempre es el caso aquí, pues el edificio total es una imagen del
mundo. Observemos, a este respecto, que la proyección horizontal de la pirámide a que nos referíamos
más arriba está constituida por el cuadrado de la base con sus diagonales, y las aristas laterales se
proyectan según las diagonales y el vértice en el punto de encuentro de estos elementos, o sea en el centro
mismo del cuadrado.
20 En el sentido de “misterio”, que hemos indicado, rukn el-arkàn equivale a sirr el-asrâr [‘misterio
de los misterios’, ‘misterio supremo’], representado, según lo hemos explicado en otra oportunidad, por el
extremo superior de la letra álif; como el álif mismo figura el “Eje del Mundo”, esto, según se verá en
seguida, corresponde con toda exactitud a la posición de la keystone.
21 El término de “coronamiento” ha de relacionarse aquí con la designación de la “coronilla”
craneana, en razón de la asimilación simbólica, que hemos señalado anteriormente, entre el “ojo” de la
cúpula y el Brahmarandhra [séptimo y último chakra, o sea “órgano o centro sutil”, cuyo “despertar”
corresponde a la culminación del Kundalinî-Yoga]; sabido es, por lo demás, que la corona, como los
cuernos, expresa esencialmente la idea de elevación. Cabe notar también a este respecto que el juramento
del grado de Royal Arch contiene una alusión a la “coronilla” (the crown of the skull), la cual sugiere una
relación entre la apertura de ésta (como en los ritos de trepanación póstuma) y el acto de quitar
(removing) la keystone; por lo demás, de modo general, las llamadas “penalidades” formuladas en los
juramentos de los diferentes grados masónicos, así como los signos que a ellas corresponden, se refieren
en realidad a los diversos centros sutiles del ser humano.
22 En la significación de la palabra “acabar”, o en la expresión equivalente “llevar a cabo”, la idea de
“cabeza” [caput] está asociada a la de “fin”, lo que responde perfectamente a la situación de la “piedra
angular”, conocida a la vez como “piedra cimera” y como “última piedra” del edificio. Mencionaremos
aún otro término derivado de caput: en francés se llama chevet (‘cabecera’) —y en español “cabecera” o
“testero”— de una iglesia a la extremidad oriental donde se encuentra el ábside, cuya forma semicircular
corresponde, en el plano horizontal, a la cúpula en elévación vertical, según lo hemos explicado en otra
ocasión.
23 La palabra “obra” se emplea a la vez en arquitectura y en alquimia, y se verá que no sin razón
relacionamos ambas cosas: en arquitectura, la conclusión de la obra es la “piedra angular”, y en alquimia,
la “piedra filosofal”.
24 Es de notar que, en ciertos ritos masónicos, los grados que corresponden más o menos exactamente
a la parte superior de la construcción de que aquí se trata (decimos más o menos exactamente, pues a
veces hay en todo ello cierta confusión) se designan precisamente con el nombre de “grados de
perfección”. Por otra parte, el vocablo “exaltación”, que designa el acceso al grado de Royal Arch, puede
entenderse como una alusión a la posición elevada de la keystone.
25 Para la colocación de esta piedra, se encuentra la expresión “to bring forth the copestone”, cuyo
sentido es también bastante oscuro a primera vista: to bring forth significa literalmente ‘producir’ (en el
sentido etimológico del latín producere) o ‘sacar a luz’; puesto que la piedra ha sido ya retirada
anteriormente, durante la construcción, no puede tratarse, el día de la conclusión de la obra, de su
“producción” en el sentido de una “confección”; pero, como ha sido arrojada “entre los escombros”, se
trata de volver a sacarla a luz, para colocarla en lugar visible, en la sumidad del edificio, de modo que se
convierta en “cabeza del ángulo”; así, to bring forth se opone aquí a to heave over.
26 Staurós significa también ‘cruz’, y sabido es que, en el simbolismo cristiano, la cruz se asimila al
“Eje del Mundo”; Coomaraswamy vincula ese término con el sánscrito sthàvara, ‘firme’ o ‘estable’, lo
que, en efecto, conviene a un pilar y, además, concuerda exactamente con el significado de “estabilidad”
dado a la reunión de los nombres de las dos columnas del Templo de Salomón.
27 Es la sumidad del “pilar axial”, que corresponde, según lo hemos dicho, a la punta superior del álif
en el simbolismo literal árabe; recordemos también, con motivo de los términos keystone y “clave de
bóveda”, que el símbolo mismo de la “clave” o “llave” tiene igualmente significado “axial”.
28 Coomaraswamy recuerda la identidad simbólica entre el techo (en particular abovedado) con el
parasol; agregaremos también, a este respecto, que el símbolo chino del “Gran Extremo” (T’ai-ki) designa
literalmente una “arista superior” o una “sumidad”: es, propiamente, la sumidad del “techo del mundo”.
29 Manuscrito de Munich, columna 146, fol. 35 (Lutz y Perdrizet, II, lám. 64): la fotografía nos ha
sido proporcionada por A. K. Coomaraswamy; ha sido reproducida en el Art Bulletin, XVII, p. 450 y fig.
20, por Erwin Panofski, quien considera esa ilustración como la más próxima al prototipo y, a ese
respecto, habla del lapis in caput anguli [‘la piedra en la cabeza de1 ángulo’] como de una keystone; se
podría decir también, de acuerdo con. nuestras precedentes explicaciones, que esa figura representa the
bringing forth of the copestone.
30 A este respecto, podría establecerse una vinculación entre la “piedra descendida del cielo” y el
“pan descendido del cielo”, pues existen relaciones simbólicas importantes entre la piedra y el pan; pero
esto sale de los límites de nuestro tema actual; en todos los casos, el “descenso del cielo” representa,
naturalmente, el avatárana [‘descenso’ o aparición del Avatára].
31 Cf. también la piedra simbólica de la Etoile Internelle [‘estrella interna’] de que ha hablado L.
Charbonneau-Lassay y que, como la esmeralda de Graal, es una piedra facetada; esa piedra, en la copa
donde se la pone, corresponde exactamente al “joyel en el loto” (mani padme) del budisrno mahâyâna.
32 Las “leyendas” del Compagnonnage [‘compañerazgo’, organización artesanal de origen medieval,
emparentada con la masonería], en todas sus ramas, dan fe de ello, así como las “superviviencias” propias
de la antigua masonería operativa, que hemos considerado aquí.
33 Así, pues, no podría tratarse de ningún modo, como algunos pretenden, de una alusión a un
incidente ocurrido durante la construcción de la “Gran Pirámide” y con motivo del cuál ésta habría
quedado inconclusa, lo que, por otra parte, es una hipótesis harto dudosa en sí y una cuestión histórica
probablemente insoluble; además esa “inconclusión” misma estaría en contradicción directa con elsimbolismo según el cual la piedra que había dido rechazada toma finalmente su lugar eminente como “cabeza del ángulo”.
34 Stoudt, “Consider the lilies, how they grow”, respecto de la significación de un motivo ornamental
en forma de diamante, explicado por escritos donde se habla de Cristo como del Eckstein. El doble
sentido de la palabra se explica, verosímilmente, desde el punto de vista etimológico, por el hecho de que
pueda entendérsela a la vez como “piedra de ángulo” y como “piedra en ángulos”, es decir, facetada;
pero, por supuesto, esta explicación nada quita al valor de la ralación simbólica indicada por la reunión de
ambos significados en la misma palabra.
35 El diamante no tallado tiene naturalmente ocho ángulos, y el poste sacrificial (yûpa) debe ser
tallado “en ocho ángulos” (ashtâçri) para figurar el vajra (que se entiende aquí a la vez en su otro sentido
de ‘rayo’); la palabra pâli attansa, literalmente, ‘de ocho ángulos’, significa a la vez ‘diamante’ y ‘pilar’.
36 Desde el punto de vista “constructivo”, es la “perfección” de la realización del plan del arquitecto;
desde el punto de vista alquímico, es la “perfección” o fin último de la “Gran Obra”; hay exacta
correspondencia entre uno y otro.
37 El diamante entre las piedras y el oro entre los metales son lo más precioso, y tienen además un
carácter “luminoso” y “solar”; pero el diamante, al igual que la “piedra filosofal”, a la cual se asimila
aquí, se considera como más precioso aún que el oro.
38 El simbolismo de la “piedra angular” se encuentra expresamente mencionado, por ejemplo, en
diversos pasajes de las obras herméticas de Robert Fludd, citados por A. E. Waite, The Secret Tradition in
Freemasonry, pp. 27-28; por otra parte, debe señalarse que tales pasajes contienen esa confusión con la
“piedra fundamental” de que hablábamos al principio, lo que el autor que los cita dice por su cuenta acerca de la “piedra angular” en varios lugares del mismo libro tampoco es muy adecuado para esclarecer el punto, y no puede sino contribuir más bien a mantener la confusión indicada.