sábado, 27 de febrero de 2010

LA MASONERIA DEL BOSQUE O DE LA MADERA


Expresión creada por Jaques Brengues para designar a los Constructores (carpinteros, ebanistas, talladores) y trabajadores del bosque -o la madera- (leñadores, carboneros), cuyos respectivos cuerpos tuvieron una evolución histórica comparable a la de la Francmasonería tradicional de la piedra, pasando igualmente de su conformación operativa a la especulativa.

La Masonería del Bosque (de la madera) se funda en un simbolismo muy antiguo, poseedor de una dualidad digna de subrayar: madera, árbol,bosque, bastón, hacha, carbón, etc.

La unidad de la Masonería de la madera (del bosque) en su forma operativa, tiene un origen muy antiguo, encontrándose en construcciones tan originales como la tienda de un solo mástil (carpa), la choza, la casa de los leñadores, las casas mixtas de piedra y madera, sin olvidar los puentes, las torres y fortificaciones y otras construcciones civiles y militares.

La de la Masonería del Bosque (de la madera) se manifestó gran fuerza en el seno de los Collegia romanos, en las guildas de artes liberales, las comunidades templarias, las cofradías y las corporaciones, siguiendo un esquema sociológico de evolución paralelo al de la Francmasonería de la Piedra.

A pesar de su adhesión a ritos seculares y originales, los constructores en madera sufrieron los funestos efectos de la Ley "Le Chapelier", el sisma de 1804 en Francia, influencias adversas (protestantes y católicos), corrientes divergentes (Maestro Jaques y Maestro Soubise), sin poder lograr su transición hacia el campo
especulativo.

Del mismo modo, el simbolismo de los Trabajadores del Bosque encuentra sus fuentes en mitologías de la más remota antigüedad (Abraxas, Adonis, Mitra, la Leyenda de san Teobaldo).

Secreta y cerrada, la Francmasonería del Bosque o de la madera (o de la madera del bosque) se abre muy tardíamente a los "aceptados". El caballero Beauchaine intentó hacia 1747 recuperar en beneficio propio los Ritos de los Leñadores, pero es la Orden de la Tala llamada del Gran Alejandro de la Confianza la que constituye la tentativa más específica de evolución de la Masonería de la Madera (del bosque) entre 1760 y 1770 de lo operativo a lo especulativo. Sin embargo, condiciones históricas como la creación del Gran Oriente de Francia, la Revolución Francesa, impidieron su desarrollo. No obstante, se insertó en los Altos Grados de la Francmasonería, como en el de Caballero de la Real Hacha o Príncipe del Líbano.

Rechazada por la Masonería andersoniana, desde 1762 creyó encontrar su expresión en corrientes como el aventurismo político, la Carbonaria italiana, la Charbonnerie francesa, detectándose aún secuelas en Portugal en 1911.

Sin duda, hubo loables intentos de unión entre la Masonería de la madera (del bosque) y la de la piedra, como el Deber de los Leñadores, el Corpus de Tours, mediante organizaciones de autonomía regular, como la Gran Cantera General de Francia, Regularmente Constituida al Centro de los Bosques, Bajo los Auspicios de la Naturaleza, fundada en 1809, o aun en el reformismo iniciático, como en Las Ventas de Roland, creada en 1833.

Ciertamente, los Buenos Primos Carboneros han buscado mantener sus tradiciones bajo una forma especulativa. Subsistieron hasta 1835 en Francia y en Inglaterra hasta 1879 por conducto de Los Hermanos Leñadores. No obstante hay que resaltar que aún se mantienen vivos.

Fuente: revista bajo los hielos

miércoles, 24 de febrero de 2010

ESOTERISMO CRISTIANO. El descenso de Jesucristo a los infiernos




Raimon Arola
Reflexiones sobre el tema de una miniatura del Beato de Girona, s. X. Artículo aparecido en "La Puerta: Sobre esoterismo cristiano", Barcelona, 1990.

El arte religioso medieval ejerce sobre el hombre moderno una mágica atracción, la belleza secreta que emana de sus hieráticas figuras conduce, como antaño, el corazón de quien las contempla hacia la plegaria, la alabanza y el silencio. Este arte provoca, como la tragedia griega, una catarsis al espectador, esto es, una purificación de sus sentimientos y emociones que le acercan a Dios, he aquí su sentido verdadero.

En este estudio querríamos presentar unos textos que pueden ayudar a la comprensión de una miniatura catalana de finales del siglo X, un tanto insólita dentro de los temas iconográficos de su época. Pertenece a un espléndido libro miniado conocido como Beato de Girona (1), una obra maestra en belleza y conocimiento. La miniatura representa el pasaje del descenso de Jesucristo a los infiernos, y pertenece a una serie de imágenes que resumen la vida de Jesucristo (2).

En el arco superior está escrito: “Pro mors tua, o mors, morsus tuus ero, inferne” [Seré tu destrucción infierno, ¡oh! muerte, seré tu muerte]. En el espacio limitado por el arco pueden contemplarse tres niveles; en el inferior se representa el Infierno, presidido por Lucifer en el centro, sentado y con los pies atados por serpientes; en torno suyo pueden verse las almas de los condenados. En la franja central varios demonios y seres inmundos atrapan con sus manos y sus bocas las almas de algunos desgraciados y las conducen al oscuro Hades; pueden verse también unas almas suplicando la salvación de Jesucristo, y a ambos lados, atravesando el arco que encierra la miniatura, brotes del fuego infernal ascienden por dos grandes embocaduras. En la franja superior Jesucristo salva del infierno el alma de un justo después de haber destruido las puertas que cerraban el Infierno, que aparecen flotando a la izquierda.

Como aparece en el versículo de Óseas antes citado, el infierno y la muerte están íntimamente ligados, no se puede comprender el uno sin la otra, los dos tienen el mismo origen. Este origen parece estar en el pecado de nuestros primeros padres y en sus consecuencias, es decir: la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, su exclusión del Árbol de la Vida. En los Salmos de David está escrito al respecto: “Si les quitas Tu espíritu mueren y vuelven al polvo. Si mandas Tu espíritu son creados y renuevan la faz de la tierra” (Salmos 104, 29-30).

En toda la iconografía se representa el infierno como un lugar oscuro y hediondo porque a él no llega la bendición de Dios. Es el lugar maldito a imagen del rincón más alejado y tenebroso de una prisión al que no llega ninguna luz exterior. El Beato de Liébana, el autor del texto iluminado con la miniatura, escribió en los preliminares a sus comentarios sobre el Apocalipsis: “El pozo es lo profundo de la tierra, donde el sol nunca envía sus rayos, porque por su profundidad no puede recibir la luz del día […], donde el sol de justicia, Cristo, no difunde su luz” (3). Las almas de los condenados (4) son conducidas al infierno. San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías (14, 9-11) explica el significado de la palabra infierno en cuanto que es lo inferior (infra) tal y como en general lo entienden los filólogos, pero luego añade: “Los filósofos, sin embargo, dicen que se denomina infiernos (inferi) porque a ellos son conducidas (ferri) las almas”.

Cuando Jesucristo descendió a los infiernos, la luz del cielo penetró en aquella prisión helada, la gracia del cielo llegó a lo más profundo de la tierra, entonces lo que estaba más alejado de Dios se acercó y las puertas que impedían este encuentro se destruyeron. Así describe el Apócrifo de Nicodemo la entrada de Jesucristo en los infiernos: “Y al momento el Infierno se puso a temblar y las puertas de la muerte, así como las cerraduras, quedaron desmenuzadas, y los cerrojos del Infierno se rompieron y cayeron al suelo quedando todas las cosas al descubierto” (5). Aparentemente no puede negarse una relación de este episodio con aquél del Génesis (29, 10) que refiere el momento en que Jacob aparta la piedra que está sobre el pozo. Entonces, según la exégesis tradicional, se produce la unión del cielo con la tierra.

El descenso de Jesucristo a los infiernos es un tema poco común en la iconografía del medioevo occidental, pero no así en la Iglesia de oriente, pues forma parte de los doce iconos que configuran el ciclo litúrgico anual. A dicho icono se le conoce con el nombre de Anástasis, que significa ‘enderezamiento’, ‘ponerse de pie’ y, de aquí, ‘resurrección’. Por eso el icono que representa la bajada de Cristo a los infiernos se halla entre el de la Crucifixión y el de la Asunción.

Sin embargo, para profundizar en su sentido de esta bajada es necesario citar al apóstol Pablo cuando escribe: “A cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo; por lo cual se dice: Subiendo a las alturas llevó cautiva a la cautividad, repartió dones a los hombres. Este subir, ¿qué significa sino que primero descendió a las partes bajas de la tierra? El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo” (Efesios 4, 7).

La liturgia occidental se refiere a este misterioso viaje de Cristo durante las ceremonias de la noche del Sábado Santo cuando se bendice el Cirio Pascual y el diácono, revestido de dalmática blanca, canta el Exultat. En un momento determinado se dice: “Esta es la noche en que, rotos los vínculos de la muerte, subió Jesucristo victorioso de los infiernos”.

Santiago de la Vorágine, en el capítulo de su Leyenda Dorada dedicado a la Resurrección del Señor, resume el Evangelio de Nicodemo y escribe: “Entonces hizo su entrada en el infierno Él que es verdaderamente Rey de la Gloria. Con la luz que de Él emanaba, disipáronse las tinieblas que en aquel lugar reinaban. El recién llegado dirigióse a Adán y estrechando su mano derecha con la suya le dijo: La paz sea contigo y con todos aquellos de tus hijos que fueron fieles conmigo”. Después, se narra la ascensión desde el infierno hasta el Paraíso (6). En este texto se hace una referencia a Adán, la raíz del género humano, o lo que es lo mismo: el primer padre. El viaje al infierno de Cristo parece centrado en la salvación de Adán, es decir, en la salvación de la raíz del género humano, del fundamento sagrado del hombre.

Emmanuel d’Hooghvorst escribió un pequeño artículo que tituló El hueso de la Resurrección, en el explica que según el pensamiento tradicional: “Existe en todo hombre como una raíz o un fundamento, su verdadera naturaleza adámica, de donde puede salir Caín o Abel, Esaú o Jacob” (7). Esta raíz no sería otra cosa que la parcela divina que el hombre, en su caída, arrastra hasta las profundidades de la tierra. Así, cuando los auténticos conocedores hablan de nuestra naturaleza adámica parecen referirse a esta parte divina encerrada y oculta dentro del hombre. Y, precisamente es gracias a esta imagen divina que el hombre se llevó a su exilio por lo que Dios desea tanto la salvación del hombre. Adán es el Padre de toda la humanidad pues fue él quien les transmitió esta esencia de vida que pertenece a Dios. San Agustín escribió la siguiente súplica en relación al descenso de Jesucristo al infierno: “¡Libéranos de esta cautividad! ¡Perdónanos mientras estés aquí de todas las culpas de las que seamos reos, y al salir llévanos contigo, pues te pertenecemos!” (8). Cristo baja a los infiernos para recuperar aquello que le pertenece.

Sin embargo, no debe olvidarse que a esta parte divina que constituye el fundamento de todo hombre se la conoce con el nombre del Dios del Juicio. Se trata del un dios irritado y colérico, de un fuego devorador que consume toda vida hasta que sea liberado de la prisión obscura en donde lo mantiene el hombre. Si el ser humano le olvida durante su vida, él también le olvidará en el momento de su muerte. Escribe Douzetemps en Le Mystére de la Croix: “El fuego indestructible o la raíz de la imagen de Dios en el hombre es un fuego amargo y tenebroso en el centro y en las esencias de nuestras almas” (9). La tradición judía parece referirse a lo mismo cuando explica que “Quienquiera que observe la imagen de Adán (enterrado en la caverna de Makpela) no puede vivir por mucho tiempo” (10).

Como hemos visto al tratar de la imaginería de la Iglesia de Oriente, el descenso de Cristo a los infiernos es una explicación de la resurrección de los muertos, del enderezamiento de aquello que estaba torcido. Al abrir las puertas del infierno, Jesucristo expande sobre las tinieblas y la muerte, la luz y la vida del cielo. El agua de la gracia para que la semilla que antes estaba muerta pueda reverdecer. Como canta la Iglesia nuestro pecado original es limpiado por la muerte de Jesucristo, entonces el Dios de juicio se convierte en el Dios de la misericordia y el amor, sólo entonces.

Cuando Jesucristo toma con su mano derecha la mano de Adán y lo saca de la fosa de muerte y dolor. Cuando lo lleva con él hasta la casa del padre celeste junto a los ángeles, donde los justos gozan de la resurrección, ¿no se trata eso de una bellísima imagen concebido por los antiguos sabios cristianos para explicar el misterio de la dulcificación del Dios de ira? Y, lo que es más importante, ¿no podría volver a repetirse este misterio en cada uno de los hombres en vista a su salvación eterna? Este tema es el que muestra la miniatura que está al lado de la del descenso a los infiernos.

No debemos olvidar que este tema apócrifo está estrechamente unido a la Pasión de Jesucristo, pues de alguna manera reproduce y amplía su muerte en la cruz. Una cruz que en muchas representaciones iconográficas esta levantada sobre la calavera de nuestro primer padre, Adán. En un libro anónimo titulado La Caverna de los Tesoros se lee: “Después de que Sem y Melquisedek hubieran depositado el cadáver de Adán en el punto central de la tierra, confluyeron las cuatro partes y encerraron a Adán. E inmediatamente volvió a cerrarse la puerta, de forma que ninguno de los hijos de Adán pudo abrirla. Y cuando encima de ella fue erigida la cruz del Mesías, del Salvador de Adán y de sus descendientes, se abrió la puerta del lugar; y cuando allí mismo fue hincado el poste de la cruz, y el Mesías alcanzó la victoria sobre la lanza, de su costado fluyeron sangre y agua y penetraron en la boca de Adán y constituyeron su bautismo y por ellos fue bautizado” (11). No podemos dejar de citar aquí un fragmento del Mensaje Reencontrado respecto al tema del sacrificio: “La sangre nueva, que viene del cielo en sacrificio santo, hará reverdecer lo que ha permanecido vivo, y la leña muerta caerá por sí misma” (25, 31).

Quisiéramos terminar reproduciendo la continuación del himno al que antes nos hemos referido, el Exultat, que incide de un modo muy claro sobre el sentido de la caída del hombre y el de su redención por Cristo: “¡Para redimir al esclavo entregaste a tu Hijo! ¡Oh pecado de Adán ciertamente necesario, el cual con la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa, que mereció tener tal y tan grande Redentor! ¡Oh verdaderamente venturosa, que sola mereció saber el tiempo y la hora en que Cristo resucitó del sepulcro! Esta es la noche de la que está escrito: Y la noche será tan clara como el día, y la noche resplandecerá para alumbrarme en mis delicias”.

NOTAS.

1. Existe de este manuscrito, datado del año 975, una edición facsímile: Beati in Apocalipsis, Libri duodecim, Codex Gerundensis, ed. Edilán. Madrid, 1975. Para las consideraciones históricas, cf. J. Yarza, “El descensus ad inferos del Beato de Gerona y la escatología musulmana”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, Universidad de Valladolid, 1977, pp. 136-146.

2. Se trata, fundamentalmente, de unos comentarios e ilustraciones al Apocalipsis de Juan, introducido por dos series de siete imágenes. La primera representa unas tablas genealógicas que van desde Adán hasta Cristo. La segunda serie representan siete imágenes de la vida del Mesías, la penúltima es el descenso a los infiernos (folio 17v) y la última, la glorificación de los justos resucitados en el cielo.

3. “Comentarios al Apocalipsis de san Juan”, in Obras completas de Beato de Liébana, B.A.C., Madrid, 1995, p. 161. Dante, en la descripción del infierno, escribió: “Suspiros, llantos y profundos ayes resonaban en aquel aire sin estrellas” (111, 23), véase al respecto el artículo de E. d’Hooghvorst: “La Medusa y el intelecto”, in El Hilo de Penélope I, Arola ed. Tarragona, pp. 137-144.

4. Commentaire sur l'évangile de Jean. ed. du Cerf, París, 1972, p. 235. Recordemos que la palabra ‘condenación’ procede del latín damnum que significa ‘daño’ en el sentido de pérdida.

5. Este evangelio apócrifo es la fuente literaria más importante que describe el descenso de Cristo a los infiernos. Se le conoce también como Actas de Pilatos, existe una traducción castellana en Los Evangelios Apócrifos, B.A.C. Madrid, 1985, que recoge una versión griega (pp. 442 y ss.) y una versión latina (pp. 455 y ss.) ambas bilingües.

6. La Leyenda Dorada, Alianza Forma, Madrid, 1984, vol. I, p. 234.
7. Le Fil d'Ariane, n.° 4, p. 15.
8. Texto citado en La Leyenda Dorada, cit. vol. I, p. 233.
9. Le Mystére de la Croix, ed. Sebastiani, Milan, 1975, p. 139.
10. Sefer haZohar, vol I, fol. 128a.
11. La Caverna de los Tesoros, ed. Obelisco, Barcelona 1984, p. 109.

jueves, 18 de febrero de 2010



Anónimo
Este Canto de la Perla se encuentra en un apócrifo del siglo III, no incluido en la Biblioteca de Nag Hammadi, denominado "Hechos de Tomás" y se atribuye al propio apóstol.

Cuando era niño vivía en mi reino, en la casa de mi Padre, y en la opulencia y abundancia de mis educadores encontraba placer. Y entonces sucedió que mis padres me equiparon y enviaron fuera de mi patria, en Oriente.

De las riquezas de nuestro tesoro me prepararon un hatillo pequeño, pero valioso y liviano para que yo mismo lo transportara. Oro de la casa de los dioses, plata de los grandes tesoros, rubíes de la India, ágatas del reino de Kushán. Me ciñeron un diamante que podía tallar el hierro, me quitaron el vestido brillante que ellos amorosamente habían hecho para mí y la toga purpúrea que había sido confeccionada para mi talla.

Hicieron un pacto conmigo y escribieron en mi corazón, para que no lo olvidara, esto: “Si desciendes a Egipto y te apoderas de la Perla única que se encuentra en el fondo del mar en la morada de la serpiente que hace espuma [entonces] vestirás de nuevo el vestido resplandeciente y la toga que descansa sobre él y serás heredero de nuestro reino con tu hermano, el más próximo a nuestro rango”.

Abandoné Oriente y descendí acompañado de dos guías pues el camino era peligroso y difícil y era muy joven para viajar. Atravesé la región de Mesena, el lugar de cita de los mercaderes de Oriente, y alcancé la tierra de Babel y penetré el recinto de Sarbuj.

Llegué a Egipto y mis compañeros me abandonaron. Me dirigí directamente a la serpiente y moré cerca de su albergue esperando que la tomara el sueño y durmiera y así poder conseguir la perla.

Y cuando estaba absolutamente solo, extranjero en aquel país extraño, vi a uno de mi raza, un hombre libre, un oriental, joven, hermoso y favorecido, un hijo de nobles, y llegó y se relacionó conmigo y lo hice mi amigo íntimo, un compañero a quien confiar mi secreto. Le advertí contra los egipcios y contra la sociedad de los impuros y me vestí con sus atuendos para que no sospecharan que había venido de lejos para quitarles la perla e impedir que excitaran a la serpiente contra mí.

Pero de alguna manera se dieron cuenta de que yo no era un compatriota; me tendieron una trampa y me hicieron comer de sus alimentos. Olvidé que era hijo de reyes y serví a su rey; olvidé la perla por la que mis padres me habían enviado y, a causa de la pesadez de sus alimentos, caí en un sueño profundo. Pero esto que me acaecía fue sabido por mis padres y se apenaron por mí y salió un decreto de nuestro reino ordenando que todos se presentaran ante nuestro trono, a los reyes y príncipes de Partia y a todos los nobles del Oriente.

Y determinaron sobre mí que no debía permanecer en Egipto, y me escribieron una carta que cada noble firmó con su nombre: “De tu Padre, el Rey de los reyes, y de tu Madre, la soberana de Oriente, y de tu Hermano, nuestro más cercano en rango, para ti, hijo nuestro, que estás en Egipto, ¡Salud!”. “Despierta y levántate de tu sueño, y oye las palabras de nuestra carta.” “¡Recuerda que eres hijo de reyes! ¡Mira la esclavitud en la que has caído!”. “¡Recuerda la perla por la que has sido enviado a Egipto!” “Piensa en tu vestido resplandeciente y recuerda tu toga gloriosa que vestirás y te adornará cuando tu nombre sea leído en los libros de los valientes y que con tu Hermano, nuestro sucesor, serás heredero de nuestro reino.”

Y mi carta fue una carta que el Rey selló con su mano derecha para preservarla de los males, de los hijos de Babel y de los demonios salvajes de Sarbuj. Voló como un águila (la carta), la reina de las aves; voló y descendió sobre mí y se convirtió enteramente en Palabra.

A su voz y alboroto me desperté y salí de mi sueño. La tomé, la besé, quité su sello y la leí; y las palabras escritas en la carta concordaban con lo escrito en mi corazón. Recordé que era hijo de reyes, y libre por propia naturaleza. Recordé la perla, por la que había sido enviado a Egipto, y comencé a encantar a la terrible serpiente que produce espuma. Comencé a encantarla y la dormí después de pronunciar sobre ella el nombre de mi Padre, y el nombre de mi Hermano y el de mi Madre, la reina de Oriente.

Y capturé la perla y volví hacia la casa de mis padres. Me quité el vestido manchado e impuro y lo abandoné sobre la arena del país, y tomé el camino derecho hacia la luz de nuestro país, Oriente. Y mi carta, la que me despertó, la tuve ante mí durante el camino, y lo mismo que me había despertado con su voz, me guiaba con su luz. Pues la (carta) real brillaba ante mí con su forma y con su voz y su dirección me animaba y atraía amorosamente. Continué mi camino, atravesé Sarbuj, dejé Babel a mi izquierda; y alcancé la gran Mesena, el puerto de los mercaderes que está en la orilla del mar.

Y mi vestido de luz que había abandonado, y la toga junto a él, de las alturas de Hyrcania mis padres me los enviaban por medio de sus tesoreros, a cuya fidelidad se los habían confiado.

Y, puesto que yo no recordaba su dignidad, ya que en mi infancia había abandonado la casa de mi Padre, de improviso, estando frente a ellos, el vestido me pareció como un espejo de mí mismo, lo vi todo entero en mí mismo, y a mí mismo entero en él. Nosotros éramos dos diferentes y, no obstante, nuevamente uno en una sola forma. Y a los tesoreros, quienes me lo traían, los vi igualmente en semejante manera, ya que ellos eran dos, aunque como uno, puesto que sobre ellos estaba grabado un único sello del Rey quien me restituía mi tesoro y mi riqueza por medio de ellos. Mi luminoso vestido bordado, que estaba ornado con gloriosos colores, con oro y con berilos, con rubíes y ágatas y sardónices de variados colores, también había sido confeccionado en la mansión de lo alto; y con diamantes, habían sido festoneadas sus costuras. Y la imagen del Rey de los reyes estaba pintada en él y, como zafiros. rutilaban sus colores. Y nuevamente vi que todo él se agitaba por el movimiento de mi conocimiento, y como si se preparase a hablar lo vi.

Oí el sonido del canto que musitaba al descender, diciendo: “Soy el más dedicado de los servidores que se han puesto al servicio del Padre.” Y también percibí en mí que mi estatura crecía conforme a sus trabajos. Y en sus movimientos reales se extendió hasta mí, y de las manos de sus portadores me incitó a tomarlo. Y también mi amor me urgía para que corriera a su encuentro y lo tomara; y así lo recibí y con la belleza de sus colores me adorné. Y mi toga de colores brillantes me envolvió todo entero, y me vestí y ascendí hacia la puerta del saludo y del homenaje.

Incliné la cabeza y rendí homenaje a la majestad de mi Padre que lo había enviado hacia mí, porque había cumplido sus mandamientos y él también había cumplido su promesa.

Y en la puerta de sus príncipes me mezclé con sus nobles; pues se regocijó por mí y me recibió, y fui con él a su reino. Y con la voz de la oración todos sus siervos le glorifican. Y me prometió que también hacia la puerta del Rey de los reyes iría con él; y llevando mi obsequio y mi perla aparecí con él, ante nuestro Rey.

Fin del Himno que cantó el apóstol Judas Dídimo Tomás en la prisión.

sábado, 13 de febrero de 2010

LA "PORTA MAGICA" DE ROMA (Sergio Fritz Roa)





En Roma, existe una famosa puerta con inscripciones de orden hermético-mágico, relacionada con dos hombres notables: Francesco Giuseppe Borri y el marqués de Palombara.

Cuando una universidad jesuita me encargó un estudio desde la simbología alquímica de una propiedad de ellos, jamás imaginé que existiría una relación entre una morada filosofal en Santiago de Chile con la Villa Palombara, en Italia; pero cuando uno comprende que las sociedades herméticas tienen un campo de acción no limitado necesariamente a un marco geográfico, descubre que aquello es plenamente factible.




Hay quien cree que los Rosacruces fueron a las Indias, entendiendo por tales no las Orientales (la India) sino América; lo cual explicaría la presencia de algunas costrucciones herméticas en Cuzco, Mendoza (que nosotros hemos presenciado), Santiago, Piriapolis (en Uruguay), etc. Sin negar o afirmar aquello, nosotros estamos seguros que sí hubo en estas tierras la presencia de algunos sabios no menores que aun es posible rastrear, y que dejaron su mensaje en la piedra. Tengo la certeza - debida a algunas conversaciones y algunos hechos "mágicos" que me llevaron a descubrir algunas pistas hace varios años, vinculadas con los "centros espirituales ocultos" - que lo que buscaban estos hombres en América era el contacto con la sabiduría primordial que tenían los habitantes originarios, o tal vez de otros europeos que llegaron a América mucho antes que Colón.

Las búsquedas del misterioso Pedro Sarmiento se enmarcan en este cuadro.

Pero, éste es otro tema...




Aquí van algunos enlaces con fotografías de la Puerta Mágica, que siempre ha despertado tanto interés (Fulcanelli, Canseliet, Papus, son algunos ejemplos). Es un material muy atractivo para los amantes del "Lenguaje de los Pájaros":
http://it.wikipedia.org/wiki/Porta_Alchemica
http://roma.freewebpages.org/romac20i.htm
http://www.italiamisteriosa.it/index.php?option=com_content&task=view&id=184&Itemid=41

Fuente: http://geografiasacra.blogspot.com/search/label/hermetismo

martes, 9 de febrero de 2010

LOS CABALLEROS BIENHECHORES DE LA CIUDAD SANTA Y LA ESTRICTA OBSERVANCIA TEMPLARIA (1754-1782)



Extracto del libro L'Ésotérisme au XVIIIº siècle, París, Seghers, 1973. Trad. castellana de J. Florentino Díaz: El esoterismo en el siglo XVIII, Madrid, EDAF, 1976.

Antoine Faivre
¿Cómo hablar de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa sin referirnos a su origen, a su principal fuente?. Hagamos un retroceso: el origen, la fuente, es Martines de Pasqually y su Orden de los Elegidos-Cohen. De origen y nacionalidad desconocida, este personaje, cuya evolución espiritual permanece todavía en la oscuridad por falta de documentos, aparece de forma súbita hacia 1754 y comienza una carrera de taumaturgo, sobre todo de teúrgo, imponiéndose en seguida como teósofo de gran talla y mago lleno de poderes extraordinarios. Su doctrina, de cuyo carácter cristiano no existe ninguna duda, se presenta como la clave de toda cosmogonía escatológica: Dios, la unidad principal, da voluntad propia a los seres «emanados» de Él: pero Lucifer, habiendo querido ejercer por sí la potencia creadora, cae víctima de su propia falta, arrastrando a determinados espíritus en su caída, y se encuentra aprisionado en una materia destinada por Dios para servirle de cárcel. Después, la Divinidad envió al hombre, andrógino de cuerpo glorioso, dotado de poderes inmensos, para que guarde a estos rebeldes y al mismo tiempo trabaje para su redención, siendo precisamente con esta finalidad como ha sido creado el hombre. Adán pecó a su vez y arrastró en su caída a la materia, por lo que se encuentra allí encerrado; habiéndose convertido en mortal físicamente, no puede hacer otra cosa sino intentar salvarse a sí mismo y a la materia. Esto lo puede lograr, con la ayuda de Cristo, por la perfección interior, pero también mediante operaciones teúrgicas, que Martines de Pasqually enseñaba a los hombres de deseo que estimaba dignos de recibir su iniciación. Fundadas sobre un ritual minucioso, estas operaciones permitían al discípulo ponerse en contacto con las entidades angélicas, que se manifestaban en la cámara teúrgica bajo la forma de «pasos» rápidos, por lo general luminosos, representando la forma de caracteres o jeroglíficos, signos de los espíritus evocados por el operador, al que estas manifestaciones probaban que se encontraba en la buena vía de la reintegración.

Esta doctrina, destinada a una élite reunida bajo el nombre de Elegidos-Cohen (sacerdotes elegidos), va a conocer un gran éxito, pero las operaciones teúrgicas permanecerán siempre reservadas únicamente para los iniciados. Desde 1754 hasta su muerte (1774), Martines de Pasqually trabajó en la construcción de su Templo Cohen, y no utiliza a la francmasonería más que con objeto de que sirva de apoyo a su propio sistema. Hasta 1761 se le ve en Montpellier, París, Lyon, Burdeos, Marsella, Aviñón. Inició a Grainville y Champollion. En 1761 construyó su Templo particular en Burdeos, donde residió hasta 1766. En esta época, la Orden de los Cohens se presenta como un sistema de altos grados, colocado por encima de la masonería azul. La primera etapa de los grados comprende los tres simbólicos, a los que se añade el de Maestro-Perfecto-Elegido; a continuación vienen los grados Cohen propiamente dichos: Aprendiz-Cohen, Compañero-Cohen, Maestro-Cohen, Gran Arquitecto, Caballero de Oriente, Comandante de Oriente, y, finalmente, el último de los grados, la suprema consagración, el de Rosa-Cruz. En 1766, en París, Martines de Pasqually instruye a Bacon de la Chevalerie y vuelve a Burdeos. En 1768, Willermoz recibe la iniciación del grado Rosa-Cruz de manos de Bacon de la Chevalerie. Saint-Martin, iniciado en los primeros grados hacia 1765. se convierte en Comandante de Oriente. Martines de Pasqually deja en el futuro «Filósofo Desconocido» una magnífica impresión. Los años de 1769 y 1770 ven multiplicarse a los grupos de los Elegidos-Cohen por toda Francia. Saint-Martin deja entonces su regimiento, a principios de 1771, para permanecer al lado de Martines de Pasqually, en calidad de secretario, reemplazando en este puesto al abate Fournié. Data de esta época la puesta a punto de los rituales, así como la redacción del Tratado de la Reintegración, base doctrinal de la teosofía y teúrgia martinistas. En 1772, Saint-Martin recibe el grado de Rosa-Cruz, pero Martines de Pasqually parte el mismo año para Santo Domingo con el fin de hacerse cargo de una herencia, muriendo allí en 1774. Entonces la Orden se deshace. A partir de 1776, los Templos Cohen de La Rochela, Marsella, Lihume, se integran en la Gran Logia de Francia. En 1777 el ceremonial está en desuso y parece conservarse sólo en algunos cenáculos, como París, Versalles, Eu. Por último, en 1781, Sebastián Las Casas, tercero y último Gran Soberano de los Elegidos-Cohen (sucesor de Caignet de Lester, fallecido en 1778), ordena la clausura de los ocho Templos que todavía reconocían su autoridad. Ni Caignet ni Las Casas desempeñaron nunca un papel de importancia. A pesar de este cierre oficial, los Elegidos-Cohen continuaron ejerciendo su teúrgia y procedieron a impartir iniciaciones. Por otra parte, las enseñanzas teosóficas de Martines de Pasqually no se han perdido tampoco: en el seno de la masonería se siguen difundiendo durante mucho tiempo después de la muerte del maestro gracias al sistema masónico instituido por Willermoz poco después de morir Pasqually (1)

Es hacia 1768 cuando Pierre Fournié conoce al que va a modificar su manera de pensar y su destino: Martines de Pasqually, cerca del cual ejercerá durante varios meses la función de «secretario». Iniciado como Elegido-Cohen, el clérigo tonsurado Fournié conoce a Willermoz y Saint-Martin. Reside, sobre todo, en Burdeos, donde sirve como intermediario entre los diferentes miembros de la Orden. En 1776, Saint-Martin lo considera como un Elegido-Cohen excepcionalmente favorecido en materia de manifestaciones paranormales; el propio Fournié hablará de algunas en su obra, temiendo hablar demasiado. A pesar de estos dones, Willermoz lo pone a un lado de las revelaciones del «Agente Desconocido» (véase más abajo). Fournié, a partir de 1786, riñe con sus antiguos hermanos, y en el momento de la Revolución emigra a Inglaterra, en donde permanecerá hasta su muerte. Desde allí se cartea (desde 1818 a 1821) con el teósofo de Munich Franz von Baader, conociendo también a Divonne.

Su obra, de un martinismo «catolizado», testimonia igualmente la influencia de Jacob Boehme, de William Law, de Madame Guyon, de Swedenborg y del mesmerismo. Fournié, en unión de Willermoz (muerto en 1824), es uno de los últimos supervivientes de los pensadores discípulos de Martines de Pasqually. Su libro, comenzado en 1775, no se publicará hasta 1801 (2).

¿En qué consiste el sistema masónico de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, instituidos por Willermoz e inspirados en el martinismo?. El lionés Jean-Baptiste Willermoz (3), procedente de una familia del Franco Condado, se dedicaba al trabajo de sedería por cuenta propia dirigiendo un próspero negocio. Desde la edad de veinte años se apasionó por la francmasonería. En 1753 funda la Logia de la Perfecta Amistad, y posteriormente, en 1760, desempeña un gran papel en la formación de la Gran Logia de los Maestros Regulares de Lyon, de la que llega a ser el Gran Maestro. Con ayuda de un médico amigo suyo, Pierre-Jacques, influido personalmente por el alquimista Dom Pernety, funda en 1763 el Capítulo Rosa-Cruz de los Caballeros del Águila Negra Rosa-Cruz. Es Bacon de la Chevalerie quien lo pone en contacto con Martines de Pasqually en Versalles (1767), en donde recibe la iniciación en los primeros grados de la Orden de los Elegidos-Cohen. El mismo año representa a Martines de Pasqually en la provincia de Lyon. Iniciado como Rosa-Cruz en 1768, Willermoz se hace gran amigo de otro Elegido-Cohen, Luis Claudio de Saint-Martin, con el que mantiene una activa correspondencia a partir de 1771; Saint-Martin vendrá a verlo a Lyon entre 1773, siendo en esta ocasión cuando los dos hombres se ven personalmente por primera vez. Saint-Martin permanecerá en casa de Willermoz durante más de un año. Muy impresionado -lo mismo que Saint-Martin- por las enseñanzas teosóficas y teúrgicas de Pasqually, que les proporcionará de manera definitiva un cuadro dogmático, Willermoz va a consagrar su vida al martinismo. Dentro del plano teúrgico es necesario esperar muchos años antes de poder lograr manifestaciones o contactos con los planos invisibles. Por otro lado, se vio en la obligación de contribuir materialmente a mantener a Martines de Pasqually. Pero permanecera siempre fiel a su maestro, incluso después de la muerte de éste.

Cuando Pasqually deja Francia para dirigirse a Santo Domingo (el 6 de mayo de 1772), los Cohens lioneses un poco desamparados, se reúnen frecuentemente para intercambiar los conocimientos que él les impartiera y aclarar o profundizar determinados puntos. Willermoz nos ha dejado un voluminoso cuaderno manuscrito de Instrucciones a los Elegidos-Cohen (Instructions aux Elus Cohens), llamado también Conferencias de Lyon (Conférences de Lvon), conjunto de notas interesantes, permitiéndonos una mejor comprensión de esta teosofía, y fechadas entre 1774 y 1777. Una iniciativa de este tipo no parece, desde luego, una traición. Pero, en cambio, ¿no se podría interpretar de esta manera el intento de dar a las enseñanzas Cohen una dimensión masónica ecuménica?. Porque precisamente es en esto en lo que Willermoz va a emplearse.

Martines de Pasqually había querido fundar una sociedad esotérica independiente, exclusiva, no un rito masónico propiamente dicho, destinado a englobar el mayor número posible de logias. Él no había buscado la alianza de los sistemas escoceses, entonces florecientes; incluso se le había visto reprender en este sentido al excesivamente celoso Bacon de la Chevalerie. No había elaborado ningún escenario relativo a la forma en que sus conocimientos habrían llegado hasta él, contrariamente a lo que se encuentra en todo ritual masónico de esta inspiración. Pero Willermoz aspiraba a ocupar un lugar destacado dentro de la masonería esotérica, y desde 1761, antes de conocer a su maestro, se había dirigido al Gran Oriente de Metz, en donde dominaban los masones hermetistas.

NOTAS:
1. De Martines de Pasqually leer Traité de la Réintégration des étre dans leurs premieres propiétés, vertus et puissance spirituelle et divine publicada solamente en 1899, en París, ed Chacornac. Sobre él, consultar a Gerad van Rijnberk, Un Thaumaturge au XVIIIe siècle, Martines de Pasqually, París, Alcan, 1935, y t. II, Lyon, Derain-Raclet, 1938. Papus, Louis-Claude de Saint-Martin, París, Chacornac, 1902; Le Forestier, La Franc-Maçonnerie Templière et occultiste aux XVIIIe et XIXe siècles, París, Aubier, 1970. Se consultarán también los artículos de Robert Amadou en «L'Initiation», núms. de enero a diciembre de 1969, y el de Léon Cellier, en la misma revista, núm. de julio-septiembre de 1969.
2. A. Faivre, Un martinésiste catholique, l’abbé Pierre Fournié, en «Revue de l'Histoire des Religions», julio-diciembre de 1967; Robert Amadou, L'abbé Fournié, en «L'Initiation», octubre-diciembre de 1966 y enero-marzo, 1970 (este artículo no ha sido terminado).
3. Sobre Willermoz, además de la obra de R. Le Forestier, consultar a Alice Joly, Un Mystique lyonnais et les secrets de la Franc-Maçonnerie, Mâcon, Protat, 1938; del mismo autor, De l'Agent Inconnu au Philosophe Inconnu, París, Denoël, 1962; Gérard van Rijnberk, Episodes de la vie ésoterique, Lyon, Derain, 1949; Reverendo Keith Dear. J. B. Villermoz, en «Le Symbolisme», julio de 1958. Sobre los archivos de Willermoz, véase el artículo de Henry Joly, Les Archives maçonniques de J. B.. Villermoz à la Bihliothèque Municipale de Lyon, en «Bulletin des Bibliotèques de France», junio de 1956, págs. 420-424.