domingo, 14 de marzo de 2010

El misterio del dios Pan

Traducciones del Himno homérico y del Himno órfico dedicados al dios Pan, nombre que en griego significa "todo". Les sigue un comentario de Carlos del Tilo


1. Himno homérico a Pan

(La traducción es de A. Bernabé, Himnos Homéricos, ed. Gredos, Madrid, 1978, pp. 255-257)

Háblame, Musa, del amado vástago de Hermes, el caprípedo, bicorne, amante del ruido, que va y viene por las arboladas praderas junto con las Ninfas habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, invocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabellera, desgreñado, bajo cuya tutela se hallan todas las nevosas colinas, así como las cimas de los montes y los senderos pedregosos.

Va y viene de aquí para allá por entre los espesos breñales, atraído a veces por las suaves corrientes de un río. A veces, por el contrario, vaga por entre los escarpados roquedales, trepando hasta la más alta cima, atalaya de rebaños.

A menudo corre a través de las altas montañas de resplandeciente blancura, atraviesa por entre las laderas matando fieras, tras escrutarlas con penetrante mirada.

De vez en cuando, al atardecer, se deja oír él solo al regreso de la montería, tocando suave música con su caramillo. No lo aventajaría en sus cantos el ave que, entre las frondas de la florida primavera, difunde su lamento y derrama su melifluo canto.

Acompañándolo entonces las montaraces Ninfas de límpido canto, moviendo ágilmente sus pies sobre el venero de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del monte.

El dios, de una parte a otra de los coros, a veces deslizándose al centro, los dispone, moviendo ágilmente los pies. Sobre su espalda lleva una rojiza piel de lince, enorgullecido en su fuero interno por los melodiosos cantos, en el suave prado donde el azafrán y el fragante jacinto se mezclan indistintos con la hierba al florecer.

Cantan a los dioses bienaventurados y al grande Olimpo. De tal modo, y de forma señalada sobre los demás, se referían al raudo Hermes, a cómo es un veloz mensajero para los dioses todos, y cómo llegó a Arcadia, pródiga en veneros, madre de ganados, donde dispone del recinto Cilenio. Allí, aunque era un dios, apacentaba ganados de áspero vellón, en el predio de un varón mortal. Pues florecía en él un lánguido deseo, que le había invadido, de unirse en amor con la ninfa de hermosos bucles, hija de Dríope.

Consiguió por fin una florida boda y ella le engendró, en sus moradas, a Hermes un hijo, desde el primer instante prodigioso de verse, caprípedo, bicorne, amante del ruido, de dulce sonrisa.

Huyó de un salto y abandonó al niño la nodriza, pues sintió temor cuando vio su rostro desagradable, bien barbado.

Mas el raudo Hermes lo tomó en sus brazos, acogedor. Se alegraba extraordinariamente en su fuero interno el dios. Rápidamente ganó las sedes de los inmortales, tras haber envuelto a su hijo en las espesas pieles de una liebre montaraz. Se sentó junto a Zeus y a los demás inmortales y les presentó a su hijo. Los inmortales todos alegraron naturalmente su corazón y en especial el báquico Dionisio. Solían llamarlo Pan porque a todos les alegró el ánimo.

Así que te saludo a ti también, soberano. Te propicio con mi canto, pero yo me acordaré además de otro canto y de ti.


2. Himno órfico a Pan

(La traducción es de M. Periago, Himnos Órficos, ed. Gredos, Madrid, 1987, pp. 177-178)

Invoco al poderoso Pan, pastoril, sustento del mundo; también, al cielo, al mar, a la augusta tierra y al fuego inmortal, pues éstos son miembros de Pan. Ven, afortunado danzante, envolvente, que reinas al unísono de las estaciones. De miembros de cabra y entregado a los delirios báquicos, que gustas de la inspiración divina y vives a la intemperie. Con jocoso canto configuras la armonía del universo, propiciador de las fantasías y causante de los temores humanos por el espanto que infundes. En las aguas te alegras con los cabreros y boyeros, cazador de larga vista, amigo del Eco, disfrutando de la danza en compañía de las Ninfas; generador de todas las cosas, padre de todos, renombrada deidad, señor del universo, engrandecedor, portador de luz, fértil Peán, cavernícola, colérico, auténtico Zeus cornudo. En ti se fundamenta, pues, con solidez el inmenso suelo de la tierra y ante ti ceden las profundas aguas del incansable mar y el Océano que, entre sus aguas, abraza a la tierra; porción aérea nutriente, sustento para los seres vivos, y mirada del velocísimo fuego en lo alto de la cima. Pues estas relaciones, por mandato tuyo, resultan muy complejas: cambias la naturaleza de todos con tus previsiones, alimentando el linaje humano por el ancho mundo. Ea, pues, bienaventurado, pleno de delirio báquico e inspiración divina, ven a nuestras piadosas libaciones y otorga un grato final de vida, desviando la locura de Pan a los confines de la tierra.

3. Comentario acerca del dios Pan de Carlos del Tilo

(En Mitología oculta, La Puerta, nº 58. Arola ed., Tarragona, 2000, pp. 51-55)

“He balbuceado tus palabras maestras a los demás hombres

como a mí mismo y ahora mi corteza yace a tus pies,

siempre pisoteando y siempre bailando.”

Louis Cattiaux (1)

“Los antiguos filósofos —escribe Emmanuel d’Hooghvorst— escondían los secretos más profundos de su saber bajo la ficción de historias poéticas y divertidas. Enseñaban sin profanar y así transmitían bajo una forma mitológica la memoria de su tradición a la muchedumbre de los avaros e ignorantes”. (2)

El dios Pan se representa bajo el aspecto de un fauno con el busto y los brazos de hombre y las piernas de macho cabrío, muy velludo y con dos pequeños cuernos en la frente. Es el dios de los pastores y rebaños, le gusta el frescor de las fuentes y la sombra de los bosques; figura en las comitivas de Dionisio en compañía de Sileno y los sátiros. Sus atributos ordinarios son la flauta de caña, el cayado de pastor y una corona de pino.

En el himno homérico dedicado a este dios se cuenta que es hijo de Hermes y de la hija de Driops, es decir, una ninfa del roble. Al nacer era tan monstruoso (piernas caprinas y cuernos) que su madre no quiso alimentarlo y lo abandonó. Hermes cogió a su hijo en brazos y lo llevó a la morada de los inmortales. Al verle, todos se alegraron, sobre todo Dionisio-Baco. Le dieron el nombre de Pan, ‘todo’, porque les había alegrado a todos.

A la pregunta de por qué este dios tenía aspecto de cornudo, Emmanuel d’Hooghvorst, el autor del cuento alquímico “El Rey Midas”, contestó una vez que era debido a que había sido engendrado por el signo de Aries (el carnero). (3) “Tal es —explicó— el gran cantante, el gran artista, el dios Pan que toca la flauta. Sin embargo, hay que prepararle una flauta a fin de que este soplo iniciático pueda sonar a través de una materia adecuada” (4).

Pan, el todo, el espíritu ilimitado del Alma del mundo, tiene que encontrar un límite, una medida para manifestarse, por eso necesita al hombre, para que le dé su medida. Pero, a causa de la caída del hombre, el gran Pan ha perdido al auxiliar imprescindible de su arte y le busca para volverse sensible y expresarse.

Por su parte, al volverse inconsciente, “el hombre extraviado en este mundo de exilio va al Pan sabido antes, el Todo que vive y piensa. Pero, en sueños, este Pan le engaña, pues vagabundea sin cuerpo”. (5)

Los verdaderos artistas y los testigos del dios Pan son los grandes poetas. No olvidemos que Pan es hijo de Hermes, el dios de la palabra. La magia es la creación por el Verbo, la creación de los poetas. Entonces Pan es el todo corporificado, o sea, el espíritu reunido con el cuerpo.

Con todo, el sonido de la flauta rústica de Pan no podía competir con la perfecta armonía de la lira de Apolo. Es lo que nos cuenta la historia del Rey Midas. Un día, cuando el dios Pan y el dios Apolo competían, uno con la flauta y el otro con la lira, tomaron a Midas como árbitro y éste decidió a favor de Pan. A consecuencia de este juicio tan equivocado, Apolo transformó las orejas de Midas en peludas orejas de asno. (6)

“Cocer en metal pesado aquel aire ligero de la primavera es obra de hombre. Cosecharlo, es la obra de un dios. Si Midas, educado por su musa rústica leyó su lote en exilio, su estudio no oye sonar la lira del puro Sol. [...] En cuanto a Febo Apolo, es el Sol o el oro vivo de los filósofos, su bello metal”. (7)

La intervención del barbero, que representa el fuego de regeneración, será necesaria para cortar “los pelos que atraviesan estos sentidos mudos” de Midas, separando así lo puro de lo impuro. (8) Encontramos la misma enseñanza en la historia de Marsias, quien con su flauta quiso desafiar a Apolo y su lira. Éste aceptó el desafío, pero con la condición de que el vencedor tuviese la libertad de imponer al vencido el tratamiento que quisiera. Vencido Marsias, Apolo lo despellejó.

Al igual que el barbero, que cortó los pelos de las orejas de asno del rey Midas, aquí Apolo quita la piel de bestia de Marsias, es decir, su corteza. Así pues, al que todavía está cubierto por una corteza, se le puede calificar de rústico y, como Marsias, debe ser desembarazado de su rusticidad. Entonces, Apolo con su lira representará al gran Pan purificado, será una mántica que habla, que profetiza y “sonará la lira del puro Sol”.

El que se complace en la prisión de este mundo, ¿cómo hará para descubrir la libertad del otro? Y el que se instala en esta libertad, ¿cómo hará para entrar en el reposo de la unión muy secreta? ¡Oh, reposo muy santo en el centro del centro!

Louis Cattiaux (9)

NOTAS:

(1) “El Gran Pan”, Física y metafísica de la pintura. Obra poética, Arola ed., Tarragona, 1998, p. 166.

(2) El Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona, 2000, p. 129.

(3) Los filósofos enseñan que se trata del aire de la primavera o de la renovación. Es un viento verde, dicen los cabalistas; verde porque genera y verde también porque no está maduro.

(4) Este artículo se inspira en unos comentarios orales de EH.

(5) E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, cit., p. 46.

(5) A fin de enseñar que en este estado Midas no puede oír el sonido de la lira de Apolo.

(7) E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, cit., p. 134.

(8) Ibídem, p. 135.

(9) El Mensaje Reencontrado XIV, 54’-55’.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cuento Zen


He aquí la historia de Tokujo, el barquero, y de su discípulo Kassan. Durante veinte años Tokujo recibió educación del Maestro Tosen practicando za-zen con él. Antes de morir, Tosen le dio el shiho. Entonces Tokujo se hizo barquero y durante treinta años estuvo aguardando al verdadero discípulo. El poema dice:

«Quería pescar un gran pez,
pero ningún pez nadaba
en aquellas aguas demasiado puras.»

Para hacerse sus cañas de pescar había cortado todos los bambúes de la selva y se disponía a replantarlos cuando, un día, un hombre llamado Kassan llegó a la orilla del río. Inmediatamente Tokujo comprendió que este hombre era «el» gran pez.

- ¿De dónde vienes?

- No vengo de ninguna parte

El discípulo parecía interesante.

- Así pues, ¿quién te ha educado?

- Za-zen me ha educado.

Un gran mondo tuvo lugar. Tokujo quería conocer a fondo al nuevo discípulo y, a guisa de respuesta a las palabras de Kassan, Tokujo le echaba cada vez al agua.

- Tus respuestas, aunque sean exactas, no son justas, es lo mismo que golpear a un asno.

Y de un puntapié, Tokujo echaba a Kassan al agua. Cuando Kassan abría la boca para responder, Tokujo gritaba:

- ¡No quiero discutir contigo!

Y plof... volvía a echarlo al agua. Kassan obtuvo un gran satori. Entonces Tokujo lo sacó del agua y, dulcemente, le tomó de la mano.

«¡Hace treinta años que aguardo este momento!
¡Hoy un gran pez ha mordido el anzuelo!
Mi pesca, pues, ha terminado.»


Tokujo transmitió el shiho a Kassan y le dio su kesa. Entonces, bruscamente, la chalana volcó y Tokujo murió. Las historias de la transmisión son siempre singulares. Kassan, el gran pez, llegó a ser un gran Maestro Zen

Taisen Deshimaru

miércoles, 3 de marzo de 2010

VIDA Y MUERTE DEL SÍMBOLO



© Pepe Valera. 1.996

Nunca hizo falta que los símbolos los impusieran los sabios o los poderosos: su fuerza radicaba en que hacían que el alma vibrara, que la parte más animal, más primitiva, aflorara de nuevo y latiera con el universo. Los colores, las estaciones, la misteriosa vida del sol y los ciclos extraños de la luna, todo lo que extrañaba, precisaba de una explicación inmediata, la misma que piden los niños de forma insistente ante lo que no entienden. Así nacieron: fueron luego los sabios quienes los estudiaron, y los poderosos los que emplearon para su conveniencia.

Sin símbolos no existiría la fantasía: no existirían, tampoco, los secretos, ni se apreciaría la belleza sutil de la huella del viento sobre una duna. Sin ellos, la vida sería plana, y primitiva, porque la ciencia precisa tanto del símbolo como el arte para convertir lo abstracto en lo concreto. Ni siquiera la palabra resulta tan importante: el símbolo une, cosa que no siempre hacen las pobres y mezquinas palabras.
Sólo mueren los símbolos cuando agonizan las civilizaciones que los han creado. Es su fin el mismo que lleva a la ruina la mente que la creó. No queda de ellos ni el recuerdo, carecen de sentido, como objetos sin uso.

Para recordarlos sirve la literatura, y también el arte: para ver el mundo de otra manera, para transformar la realidad en otra cosa, y dividirla en infinitos planos, en muñecas huecas que encajan una dentro de la otra. Para recuperar la mirada atónita de los primitivos, de los niños que miran al fuego y parpadean, y preguntan por qué.

Espido Freire. Escritora

Fuente: www.nolosearquitectura.es