Nunca hizo falta que los símbolos los impusieran los sabios o los poderosos: su fuerza radicaba en que hacían que el alma vibrara, que la parte más animal, más primitiva, aflorara de nuevo y latiera con el universo. Los colores, las estaciones, la misteriosa vida del sol y los ciclos extraños de la luna, todo lo que extrañaba, precisaba de una explicación inmediata, la misma que piden los niños de forma insistente ante lo que no entienden. Así nacieron: fueron luego los sabios quienes los estudiaron, y los poderosos los que emplearon para su conveniencia.
Sin símbolos no existiría la fantasía: no existirían, tampoco, los secretos, ni se apreciaría la belleza sutil de la huella del viento sobre una duna. Sin ellos, la vida sería plana, y primitiva, porque la ciencia precisa tanto del símbolo como el arte para convertir lo abstracto en lo concreto. Ni siquiera la palabra resulta tan importante: el símbolo une, cosa que no siempre hacen las pobres y mezquinas palabras.
Sólo mueren los símbolos cuando agonizan las civilizaciones que los han creado. Es su fin el mismo que lleva a la ruina la mente que la creó. No queda de ellos ni el recuerdo, carecen de sentido, como objetos sin uso.
Para recordarlos sirve la literatura, y también el arte: para ver el mundo de otra manera, para transformar la realidad en otra cosa, y dividirla en infinitos planos, en muñecas huecas que encajan una dentro de la otra. Para recuperar la mirada atónita de los primitivos, de los niños que miran al fuego y parpadean, y preguntan por qué.
Sólo mueren los símbolos cuando agonizan las civilizaciones que los han creado. Es su fin el mismo que lleva a la ruina la mente que la creó. No queda de ellos ni el recuerdo, carecen de sentido, como objetos sin uso.
Para recordarlos sirve la literatura, y también el arte: para ver el mundo de otra manera, para transformar la realidad en otra cosa, y dividirla en infinitos planos, en muñecas huecas que encajan una dentro de la otra. Para recuperar la mirada atónita de los primitivos, de los niños que miran al fuego y parpadean, y preguntan por qué.
Espido Freire. Escritora
Fuente: www.nolosearquitectura.es
Estimado Equipo de CANTERAS DE SALOMÓN
ResponderEliminarOs habeis equivocado en la fuente de este artículo, ya que no es de la web EL TABLERO DE PIEDRA de nuestro amigo y colaborador Carlos Sanchez-Montaña sino de la nuestra nOlOsÉaRQUITECTURA.
Os ruego que subsaneis el error.
Gracias,
Santiago García
Arquitecto
Equipo NoLoSé
nolosearquitectura@gmail.com
www.nolosearquitectura.es
Adjunto el link para que lo comprobéis:
http://nolosearquitectura.blogspot.com/2009/04/vida-y-muerte-del-simbolo.html
Estimado amigo. Disculpa la demora. Corregida queda la indicación que nos haces llegar.
ResponderEliminarUn saludo
Administrador